Cuentan nuestros padres que hace apenas unas décadas cuando alguien en nuestra provincia mostraba signos de extravagancia se le decía: " estás para Oña ", o bien " tú te has escapado de Oña "... Y es que el monasterio de San Salvador de la hermosa localidad de la Bureba no sólo tuvo un enorme protagonismo en la Edad Media como uno de los cuatro más importantes de aquella Castilla incipiente y no fue solamente el ilustre panteón de reyes y condes de Castilla y de Navarra, con numerosas posesiones en la actual provincia de Burgos, en Rioja o en Cantabria, ni tampoco su historia se puede limitar a haberse establecido allí la primera escuela del mundo para sordomudos....
En efecto, el monasterio de Oña fue también la sede de un importantísimo hospital militar durante la guerra civil, inaugurado en 1937, que llegó a hospedar a 1190 enfermos y con 100 camas para el personal sanitario interno. Hubo también una gran presencia de legionarios italianos y muchos murieron allí, de manera que hubo que ampliar el cementerio de Oña situándolo en contacto directo con el ala norte del hospital.
Cuentan que desde entonces eran comunes en el monasterio las voces y gritos en salas vacías, alarmas que saltaban sin razón, puertas que se cerraban y se abrían solas....
Pero lo que habría de marcar para siempre la historia reciente de Oña fue aquel mes de enero de 1.968 cuando el superior de Castilla de la Órden de los Jesuítas vendía y entregaba las llaves del histórico cenobio a la Diputación de Burgos para su conversión en manicomio. Allí se juntaron a los enfermos burgaleses que estaban repartidos por otras provincias y especialmente mujeres que estaban ingresadas en el psiquiátrico de Mondragón.
Se clasificaron a los pacientes en cuatro categorías: tranquilos, excitados, furiosos y sucios. De los furiosos se decía que: " rompen cuanto encuentran a su alcance y se golpean así mismos " y con los sucios no pudieron ser más explícitos: " despiden un hedor insoportable... que repugna a las más curtidas pituitarias ".
Cuentan nuestros padres que a los más cuerdos les daban permisos de salida por el pueblo y que cualquiera que por allí se pasease era sospechoso, sin saberse muy bien de qué lado de la línea que separa la cordura de la locura estaba.
Y también nos cuentan que había enfermos que decían que iban a asar patatas y terminaban quemando la huerta.
Lo cierto es que en el monasterio muchísimas personas sufrieron la larga noche del internamiento. E incluso se llegó a decir que el director del manicomio a veces aceptaba personas cuerdas si sus familiares le pagaban una cantidad de dinero a cambio de declararle incapaz.
Así, se cuenta el caso de una persona sana que fue internada y que intentó escapar en numerosas ocasiones pero que siempre era neutralizado por los vigilantes de seguridad, los cuales no sólo lo encerraba sin comer en su cuarto sino que a veces lo llevaban al sótano, junto a la morgue, para darle sesiones de electroshock.
Tras un incidente en el que el paciente cogió un bisturí amenazando a un médico con cortarle la garganta si no le permitía huir, se decidió practicarle una operación de lobotomía con el fin de bloquear sus funciones nerviosas pero a las pocas horas murió y su cuerpo fue llevado al depósito de cadáveres donde el forense le habría de realizar la autopsia.
Se cuenta que cuando el médico llegó no había ningún cuerpo que examinar y cuando subió al despacho del director para contarle lo acontecido se encontró a éste moribundo, sin lenguas y sin dientes. Y pocos días después la gente supo que uno de los familiares que había llevado a aquel paciente al manicomio había muerto en circunstancias nada claras...
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