lunes, 25 de febrero de 2019

Tradiciones ancestrales burgalesas: los zamarrones, zarramacos, cachibirrios...

Imagen del Zamarro de Poza de la Sal. Tomada por Pablo Puente y publicada en el blog de Zález

"Estando en estas pláticas, quiso la suerte que llegase uno de la compañía, que venía vestido de bojiganga, con muchos cascabeles, y en la punta de un palo traía tres vejigas de vaca hinchadas; el cual moharracho, llegándose a don Quijote, comenzó a esgrimir el palo y a sacudir el suelo con las vejigas, y a dar grandes saltos, sonando los cascabeles, cuya mala visión así alborotó a Rocinante, que, sin ser poderoso a detenerle don Quijote, tomando el freno entre los dientes, dio a correr por el campo con más ligereza que jamás prometieron los huesos de su notomía.".
El Ingenioso caballero don Quijote de la Mancha. Segunda parte.
Estamos hablando de esos peculiares personajes carnavalescos que en Cantabria se llaman moharracho, rabonero, zamarrón, zarramaco, zorromaco o zorromoco. En Palencia birria, botarga, chiborra, zamarrero o zamarrón, en Soria bobo, cachi o cachimorro, en La Rioja cachi, cachiberrio, cachibirrio, cachiburrio, cachimbao, zurramoscas o zurronero. En Burgos recibe diversos nombres como birria, birriero, bobo, cachiberrio, cachibirrio, cachiburrio, cachidiablo, cachimorraque, colacho, meco, tetín, tonto, vejiguero, zarragón o zamarraco.
Son personajes alegóricos relacionados fundamentalmente con los carnavales, aunque no siempre, pues frecuentemente han sido integrados en celebraciones religiosas populares, muchas veces asociados a grupos de danzantes, como es el caso del Bobo de las Nieves, el capitán de Frías o un gran número de casos en el valle del Tirón. De hecho, hay constancia de que el conocido personaje de El Colacho, en Castrillo de Murcia, estuvo acompañado de un grupo de danzantes al menos hasta finales del siglo XVIII. En todo caso, de estos grupos de danzantes hablaremos en un artículo específico.
Son personajes grotescos con vestimenta ridícula o llamativa, que representan el mundo del caos, de lo prohibido y condenable. En 1611 el diccionario de autoridades ya define çaharrón: “El momarrache o botarga, que en tiempo de carnaval sale con mal talle y mala figura, haciendo ademanes algunas veces de espantarse con los que se topa, y otras de espantarlos”.
Provendría de los mimos e histriones del mundo romano y proseguiría en la Edad Media como elemento festivo y burlesco altamente popular. Los zaharrones eran los juglares que divertían al pueblo disfrazados fea y grotescamente. De hecho, el propio diccionario define zaharrón (derivado del árabe hispánico *saẖrūn.) como Moharracho o botarga; y si vamos a esta acepción, moharracho, (Del árabe. hispánico muharráǧ o muharríǧ, y este del ár. muharriǧ 'bufón2'.). sería la persona que se disfraza ridículamente en una función para alegrar o entretener a las demás, haciendo gestos y ademanes ridículos. De aquí se derivaría el término mamarracho (Persona de ningún valer o mérito, o figura mal hecha).
En definitiva, aunque hoy en día estos personajes son asociados mentalmente con el arco cantábrico, ni tienen allí su origen ni son exclusivos de aquellas zonas. Por ejemplo, en paralelismo con los zamarracos de Silió o los zamarrones de Polaciones; uno de los personajes principales del carnaval de Poza de la Sal es el zamarrón. El de Mecerreyes se llama zarramaco; Zarrón en Almazán (Soria) o Zangarrón en Sanzoles y Montamarta (Zamora).
Esto sin mencionar todos los casos en los que estos personajes reciben otros nombres, como por ejemplo los Zarramoques que existían en Palazuelos de la Sierra o incluso el Tetín de Burgos ciudad, que antiguamente recibía el nombre de Cachidiablo.
Fuentes:
"cancionero popular de Burgos".
"Indumentaria burgalesa popular y festera"

Probables causas de la "reaparición" del término Cantabria



A lo largo del siglo XVIII se empieza a desarrollar lentamente en los territorios correspondientes a la actual Cantabria y algunos aledaños el concepto de Cantabria en diversos formatos: Provincia de Cantabria, Sociedades Cántabras, regimiento de Cantabria… Es uno de los argumentos usado por los movimientos “cantabristas” actuales para “demostrar” que ese término no había desaparecido nunca y que siempre estuvo implantado en la Sociedad. Sin embargo, a la vista del modo que aparece “de la nada” en la documentación, de un modo casi repentino y en unas determinadas circunstancias, no podemos menos que hacer algunas reflexiones al respecto. 
Desde los inicios de la Época moderna se empieza a difundir desde los ámbitos de influencia del País Vasco la teoría (hoy claramente demostrada como mito) del “vasco-cantabrismo”. Explicada de forma muy resumida, venía a consistir en afirmar que el territorio de los antiguos cántabros correspondía con el de los modernos vascos, siendo los últimos herederos de los primeros. Fue mucho el empeño que emplearon numerosos eruditos (especialmente del ámbito religioso) en intentar demostrar este hecho. Pero ¿para qué tanto esfuerzo?. Pues como siempre o casi siempre en estos casos, había un interés detrás más importante que el simple desarrollo del autoconocimiento.
Desde finales del siglo XV comienza a ser verdaderamente importante en el ámbito cotidiano la demostración de la “pureza de sangre”, de cara en buena medida a desplazar definitivamente a los judíos conversos de los últimos reductos de poder de que disfrutaban. Las personas a las que se reconocía la misma a través de la “hidalguía” tenían una serie de privilegios, entre ellos el estar exentos de determinados impuestos y contribuciones, y el poder optar a cargos de relevancia dentro del aparato de la monarquía. En este contexto, el planteamiento y reconocimiento de concepciones marcadamente racistas e interesadas (en realidad todas las concepciones racistas son interesadas) resultaba considerablemente beneficioso.
De este modo, se llegó a desarrollar una construcción hilarante en la que los vascos provendrían nada menos que de Túbal, uno de los hijos de Noé, y la descendencia se habría mantenido sin tacha, sin mezcla alguna con otras razas, hasta esos siglos XVI y XVII. En esa argumentación, la integración de los mitos cántabros de resistencia a ultranza frente al invasor romano, resultaban considerablemente útiles, ya que en su forma de pensar los vasco-cántabros nunca habrían sido conquistados del todo y por lo tanto no habría sufrido la “contaminación” que vendría aparejada con la implantación de los imperios romano y visigodo. Y menos aún con la del imperio musulmán. La mayor prueba de ello sería el mantenimiento de la Lengua vasca.
Imagen de la portada del libro "Averiguaciones de las antigüedades de Cantabria" de Gabriel de Henao, otro conocido vasco-cantabrismo. Publicado en 1691.
Este argumento, junto a otros de carácter mítico e histórico, tendría como culmen el reconocimiento de la hidalguía universal en los territorios de Vizcaya y Guipúzcoa. Se trataba de asegurar a todos los habitantes de estos territorios la nobleza más antigua de España, y por tanto no necesitaban demostrarla para acceder a los oficios de la Corte, ya que por su descendencia de Túbal les asiste el derecho de disfrutar de los privilegios propios de la hidalguía (resulta curioso, por otra parte, que los vascos crearan este marco de privilegios sobre la base de ser los “Españoles genuinos” y lo mantengan ahora sobre la base contraria).
De hecho, a partir de mediados del siglo XVI serán cada vez más abundantes los habitantes de Vizcaya y Guipúzcoa que se desplazarán a diferentes destinos para ejercer oficios administrativos, y usaran hábilmente estas argumentaciones para desplazar a los anteriores ocupantes de estos cargos, ya que los mismos habían sido habitualmente judíos conversos. Este fue precisamente el caso del primero que desarrolló en profundidad la teoría del vasco-cantabrismo, Esteban de Garibay, al que “le iban las lentejas en el negocio”.
Como mensaje de defensa de la “pureza” no es extraño que el mensaje del vasco-cantabrismo fuese abanderado especialmente por religiosos, especialmente por jesuitas. Frente a estos, ya desde el siglo XVII, empezó a aparecer un discurso opuesto, el del “montaña-cantabrismo”. Este último contaba como podemos entender con bases históricas y analíticas mucho más consistentes, ya que efectivamente el territorio de los antiguos cántabros se correspondía en realidad a lo que se puede entender en términos generales como “la Montaña”. 
Sin embargo, pese a que el análisis habitual se limita a quedarse con el mensaje de que los vascocantabristas eran "los malos" y los montañacantabristas eran "los buenos", la motivación última no dejaba de ser equivalente y discutible: el reconocimiento para los habitantes del territorio coincidente con el de la antigua Cantabria de la hidalguía universal basada en la pureza de sangre. En este caso se añadía un segundo objetivo: el de inventar una genealogía milenaria de la monarquía asturiana y de las principales familias nobles de la zona.
A esta polémica no eran ajenas las luchas de poder entre diferentes órdenes religiosas: Mientras que los jesuitas habían hecho suyas las tesis vasco-cantabristas, los benedictinos y agustinos defendieron las montaña-cantabristas. La paulatina pérdida de influencia de los primeros, que acabaría con su expulsión, sería uno de los factores determinantes en la resolución del conflicto.
En este devenir tuvieron especial importancia las obras de los montañeses Francisco de Sota “Chronica de los príncipes de Asturias y Cantabria” (1681) y la de Pedro de Cosio y Celis “Historia, en dedicatoria, grandezas y elogios de la mui valerosa provincia xamas vençida de Cantabria : nombrada oy las Montañas Vajas de Burgos y Asturias de Santillana” (1688). 
Extractos del libro de Francisco de Sota

La obra de Francisco de Sota, predicador de Carlos II, es un texto extenso y denso (lo que viene siendo “un truño” vamos). Empieza digamos “bien” ubicando de manera más o menos correcta el territorio de la antigua Cantabria, pero a continuación empieza con un relato hilarante que tiene como objeto fundamental el “glosar” la supuesta línea de descendencia desde Túbal hasta los primeros reyes cristianos y las principales familias nobles de la castilla medieval. 

Algunos pasajes son verdaderamente “deliciosos”, como aquel en el que dice que los cántabros adoraban “la Santa Cruz” de muchos siglos antes de que existiera Jesucristo, y que por lo tanto la “verdadera fe” no llegó aquí de manos de los romanos. La cruz cántabra tendría la forma de aspa de lo que ahora se llama lábaro. 

También resulta curioso cuando hace descender la estirpe cántabra y castellana nada menos que del rey de Egipto Osiris, que vendría a morar a España; siendo Hércules uno de sus descendientes, ahí es nada, del que vendría después el rey llamado Astur, tronco común de los reyes de Asturias y Cantabria. 

Por supuesto, deja bien claro que ni visigodos ni árabes conquistaron Cantabria, realmente ni siquiera los romanos, que tras mucho guerrear a lo más que pudieron llegar es a firmar un acuerdo con los cántabros. De ahí vendría el nombre de los Montes del Pas (por la Paz allí concretada). Por cierto que hemos encontrado alguna otra fuente antigua que invoca tal origen para el topónimo. 

Deberían abochornarse aquellos que aún recurren a los trabajos de este personaje para intentar justificar la pervivencia de la esencia cántabra a lo largo de los siglos. Por cierto, que el mismo no reniega de ninguno de los mitos y personajes fundacionales Castellanos, ni de los jueces de Castilla, ni de Fernán González; ni siquiera del Cid Campeador. Antes bien, los integra en su onírica construcción identitaria (respecto a este último, afirma que Cid es derivación de Sota, con eso está dicho todo). 

En esta línea de la “recuperación” del concepto de Cantabria con intereses prácticos y, por qué no decirlo, racistas, el segundo de los montaña-cantabristas es Pedro de Cossío y Celis. Este autor, sacerdote y nacido en Carmona (Cantabria) escribió un libro titulado nada menos que “Historia, en dedicatoria, grandezas y elogios de la mui valerosa provincia xamas vençida de Cantabria : nombrada oy las Montañas Vajas de Burgos y Asturias de Santillana” (1688).
Además de recoger una similar e hilarante genealogía mítica en comparación con la obra de Fernando de Sota, concluye sin disimulos uno de sus apartados en los siguientes términos:
“Assí consta que todos los cántabros; esto es montañeses desde sus principios tienen sangre noble, como tales hijos y descendientes de Túbal, nieto de Noé. Por manera que no son hidalgos de privilegio, sino desde Abibitio (por serlo su sangre noble) son nobles que son más que hidalgos. “


Sota y Cossío, y también otros “eruditos” de la época, dibujan los trazos de la identidad cántabra al convertirla en origen y fundamento de la monarquía y nobleza españolas. Un planteamiento establecido sobre tradiciones, mitos y fantasías que la crítica historiográfica acabaría arrinconando, pero que ya quedaría insertada en buena medida en el imaginario popular.
Una evidencia de esto último la encontramos en una manuscrito de finales del siglo XVIII cuyo autor no está del todo claro, titulado “Noticia Histórico-corográfica del Muy Noble y muy Leal Valle de Mena”. Existen varias versiones de este, por otra parte, interesante documento (nos referiremos al mismo en otro contexto), pero cabe reseñar que pone especial interés en recordar la ascendencia “cántabra” de los habitantes del valle. ¿porqué?. La razón la encontramos en el breve apartado que dedica a la nobleza de sus moradores.
“No hay en el Valle otro estado que el noble, y de hijosdalgo; y ninguno es admitido en él por vecino, que antes no acredite en bastante ser noble. La nobleza de sus naturales es tan antigua; que no se descubre su origen en privilegios concedidos al país, pero se afianza nerviosamente en su venerable retirada antigüedad, y posesión inmemoriales.
No falta quien la tenga por originaria española; y a la verdad que su opinión no se halla tan destituida de fundamentos, que merezca despreciarse. Lo cierto es que de las historias no nos constan que los meneses y demás cántabros hayan sido precisados por ninguna nación extranjera de quantas han dominado a España, a desamparar su país, y retirarse a otras provincias o naciones, de donde resulta probable la subsistencia en este país de la sangre cántabra, y antigua española, propagada de generación en generación hasta nuestros días.”


El erudito padre Enrique Flórez, burgalés con ascendencia montañesa, es considerado como el autor que zanjó definitivamente la polémica entre el vascocantabrismo y el montañacantabrismo gracias a su obra “La Cantabria” (1764). Lo hace obviamente a favor de los segundos, pero sólo en lo referente al aspecto geográfico-histórico. De hecho, dedica buena parte del libro a separarse claramente de buena parte de sus postulados más estrafalarios, como el de la invencibilidad de los cántabros, el de adoración secular a la cruz, o el de la existencia entre los mismos de un estandarte llamado lábarum o cántabrum antes de la llegada de los romanos.
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Tras la divulgación del trabajo de Flórez los aspectos más polémicos (y absurdos) de las teorías montañacantabristas fueron olvidados (pese a que los mismos representaron los verdaderos motivos de su aparición), pero todo el proceso dejó un poso en el acervo popular, generando (pues no existía antes) ese orgullo de ser cántabro arrogándose (supuestos) méritos de gentes que habían vivido casi dos milenios antes y con las que en realidad no se tenía otra cosas en común que haber habitado el mismo lugar. Esta es, y no otra, la verdadera razón de la reaparición del término de Cantabria.
No es de extrañar, por tanto, que sea precisamente en estos años cuando se reactiva el proyecto de creación de la provincia de Cantabria (por parte de los sectores tradicionalistas) o se creen organismos de muy diversos carácter reivindicando el nombre de Cantabria. Y poco a poco irá apareciendo en textos, fundamentalmente aquellos con un halo literario mitificador. 
Fragmentos del libro de Manuel de Assas

Manuel de Assas, también santanderino, publicó en 1867 su “Crónica de la Provincia de Santander”. Comienza dicha obra con una referencia clara a los mitos de acabamos de citar, abandonando por falsarios e irreales los planteamientos de Sota y Cossío. La lectura de esta parte del libro es realmente clarificadora. Incluimos el principio de la misma rogando encarecidamente a nuestros lectores que la lean. 

Pese a todo lo anterior, podemos observar como el regionalismo cántabro moderno aún se alimenta en cierta medida de aquellas referencias míticas, autoconvenciéndose de que la aparición del término Cantabria en textos de los siglo XVII y XVIII obedece al “perpetuamiento secular de un pueblo” y no a un concepto que surge en unas circunstancias y con unos intereses determinados. 

Curiosamente, este planteamiento “racial” tenía como uno de sus fines intentar demostrar que Cantabria era la Castilla y España más auténtica, la más primigenia. Hoy, cuando el proyecto de Estado parece más frágil que nunca, los cantabristas de “nueva ola” se basan en aquellos planteamientos precisamente para defender lo contrario: Que Cantabria realmente nunca tuvo que ver con lo castellano y lo español ¿Les suenan estos argumentos ventajistas de otros lugares?
Fuente: "La Memoria Histórica de Cantabria". Universidad de Cantabria (1996)

lunes, 11 de febrero de 2019

El concepto de "La Montaña"

Fragmento de Merindades en el que se aprecia que también se puede denominar perfectamente "La Montaña": La Montaña de Burgos.
En algunas ocasiones se observa una tendencia a la apropiación conceptual absoluta de lo que se conoce por "La Montaña" por parte de la actual Cantabria, y por extensión, a intentar inculcar la idea de que todo el que se pueda sentir "montañés" o heredero de tal concepto, es que se siente cántabro.

Entiéndase. Nos parece perfectamente razonable y lógico que los cántabros contemporáneos tengan una de sus principales referencias mentales y culturales en La Montaña y lo montañés. Es lo suyo y otra cosa nos parecería extraña y anómala. A lo que nos estamos refiriendo ahora es a ese afán de algunos en mostrar referencias históricas en las que lo montañés era supuestamente algo inequívocamente diferente de lo castellano y en ubicar esas referencias en el norte de la provincia de Burgos. No se nos ocurre otra razón de este interés sino la de crear desafección en los habitante de dicha zona hacia lo burgalés.

Y es que, aunque efectivamente hay algunos registros históricos puntuales (que estas personas ponen tanto esfuerzo en airear) en los que se expresa dualidad entre los montañés y lo castellano, en muchos otros se integran ambos conceptos de forma absolutamente natural. Demuestra esto que el concepto de Montaña y montañés estaba más bien referido antiguamente a su evidente significación orográfica y, si se quiere, sentimental o lírico, y que no debería tomarse como base para establecer delimitaciones territoriales.

En el libro “De la Montaña a Cantabria. La Construcción de una Comunidad Autónoma”, se refieren a La Montaña como a “un amplio espacio que se localiza en el área central de la Cordillera Cantábrica, en sus dos vertientes. Carente de un territorio propio, puesto que ninguna demarcación se corresponde con este espacio histórico, responde en mayor medida a sus rasgos geográficos.”

Y es que una sencilla búsqueda (desde luego más sencilla que otras que hemos realizado) nos ofrece ejemplos de lo que estamos hablando. Una referencia realmente antigua la encontramos en la Colección Documental de Cuéllar, en un documento fechado en Marzo de 1285 en la que el rey Sancho IV arrienda determinadas propiedades al judío Abrahám Barchilón. En el mismo se hace la siguiente asignación de valores en función de la ubicación de cada elemento del contrato:

“en Gallizia e en Asturias, veinte maravedís el millar; e en la otra tierra de León, veinte maravedís; en la montaña de Castiella, veynte maravedís; e en los otros logares de Castiella que son cerca de la montaña, quinze maravedís; e en la otra tierra de Castiella e de Estremadura, diez maravedís. “

En esta breve referencia se ve claramente cómo la montaña y Castilla no son dos elementos necesariamente diferenciados. La Montaña es una parte de Castilla que por sus características geográficas lleva un trato diferente, así de simple.



Fragmentos de libro "Chronica de los príncipes de Asturias y Cantabria", de Francisco de Sota, el primer referente histórico del cantabrismo y que no veía contradicción entre montaña y Burgos.
En épocas más recientes, aparecen referencias por doquier que demuestran que “la montaña” no era algo diferenciado de Burgos. En los discursos de la nobleza de España (1636), de Bernabé Moreno Vargas, ya se encuentra una mención a las Montañas de Burgos; al referirse al origen a los Mendoza como provenientes del lugar homónimo “en la Montaña de Burgos”; mismo origen de los Acebedos.

En 1645 Rodriguez Méndez Silva, en su “Población general de España: sus trofeos, blasones y conquistas heroycas", deja escrito que el “Valle de Porras” (Valdeporres) “Yace en las Montañas de Burgos”. Gregorio de Argáiz, en su “Población eclesiástica de España” (1668) afirma que San Vicente de Fistoles está en la Montaña de Burgos.

Podríamos dar muchas más referencias similares. Nos parece especialmente representativa la existencia de un manuscrito anónimo titulado “Villancicos a la Milagrosa Imagen, de Maria Santissima con el Titulo de Montes Claros Patrona de la Werindad (sic) de Campoo, venerada con mucha frecuencia en el Convento Real de su advocación de Padres Dominicos, en las Montañas de Burgos termino de los Carabeos, Jurisdicion de Reynosa”, y datado a finales del siglo XVIII o principios del XIX.

Es más, incluso los participantes en la creación de los discursos cantabristas, tanto vascocantabristas como montañacantabristas (nos referiremos a estos debates en próximos artículos) también emplearon esta expresión para delimitar el marco geográfico del que hablaban. Gabriel de Henao, en sus “Averiguaciones de las Montañas de Cantabria” (1689) equipara las Asturias de Santillana a la costa de las montañas de Burgos.

El principal referente del montañacantabrismo, y en cierta medida el "padre ideológico" del actual cantabrismo, Francisco de la Sota señala claramente en su “Chronica de los príncipes de Asturias y Cantabria” del año 1681 que el río Ebro “Sale de su patria, la montaña de Burgos, o Castilla la Vieja” y un poco más adelante que la antigua Cantabria “hoy corresponde a las montañas septentrionales altas y bajas de Burgos”; por sólo citar un par de menciones. 

“En las Montañas
de Santander
la vi llorando
la pregunté:
¿Porqué lloras hija mía?
¿Porqué tengo que llorar?
Porque ha pasado mi amante
y no me ha querido hablar.”

Canción popular burgalesa.

En relación a este “debate”, se observa, principalmente a partir de la segunda mitad del siglo XVIII la aparición de un nuevo término: “montañas de Santander”, influenciado sin duda de la pujanza de la ciudad y de la concesión del obispado así como, por qué no reconocerlo, por el paulatino desarrollo de la identidad de ese territorio. Es decir, creemos que es en este momento, cuando se empieza a hablar de las Montañas de Santander, cuando comienza a perfilarse un sentido territorial de este concepto; sentido territorial diferente al de las montañas que quedan en la vertiente meridional.

De hecho, empiezan a aparecer incluso breves descripciones de esa embrionaria "provincia" o referencias a lugares situados en las Montañas de Santander, entre los cuales nunca se incluyen los ubicados en la actual provincia de Burgos, salvo algunas menciones al valle de Mena. Es más, en algunos documentos se cita a las montañas de Santander como algo diferente a otras demarcaciones, como las montañas de Burgos, Merindades de Castilla o incluso a las Montañas de Reinosa. Así ocurre en el “Censo de frutos y manufacturas de España e Islas Adyacentes, ordenado sobre los datos dirigidos por los intendendes”, publicado en 1803:

“Este sobrante de trigo se vende a Madrid, Reynosa y Montañas de Santander. La quarta parte del vino se extrae también a las Montañas de Santander, Reynosa, Cervera, Aguilar y demás distritos de sus inmediaciones”.

Al respecto queremos hacer mención especial a un texto redactado por Miguel de Bañuelos y Fuentes, que ocupó el puesto de intendente de la provincia de Burgos entre los años 1765 y 1775, periodo en el que se estaba fraguando de alguna manera el proceso de disgregación de la provincia de Santander respecto a la de Burgos. 

Hombre activo intelectualmente, como buen ejemplo del periodo ilustrado, elaboró un amplio estudio planteando la posibilidad de estimular la plantación de cáñamo en la provincia. En el mismo, descartaba de dichos esfuerzos “ los tenebrosos y empinados montes de Santander, las sierras de Canales y Cameros y las Merindades de Castilla”. Más allá del objeto principal de su estudio, vemos que en esa época como es lógico y siempre ha sido lógico, las Merindades de Castilla resultaban algo independiente de los montes de Santander.

Podría pensarse que este hombre realizaba estos estudios desde su despacho y que tuvo poco contacto con la población local. Sin embargo encontramos otro fragmento en el que comprobamos que tristemente nos llegó a conocer muy bien: “en las Castillas es donde más se adolece del erróneo concepto de no alterar las cosas de como se hallaban en lo antiguo. Me martiriza la violencia que les cuesta desviarse de lo que les enseñaron sus abuelos, siendo familiar, aun entre los más cultos, la idea y la respuesta de que cuando los ancianos no se dedicaron a otra cosa que a granos y a viñas, tengáis bien promediado que no era conveniente innovar. “

Otro ejemplo que además de ilustrativo aporta un interesante aspecto cultural, es el que se incluye en las respuestas del corregidor de Villarcayo, Juan de Aldama, para la realización de la cartografía de España por parte de Tomás López, redactadas en 1787. En este extracto se hace una referencia a la ermita de San Bernabé de Ojo Guareña en estos términos:

“ hai un santiario de los más zélebres que hay en todo este Pais, nombrado de San Tirso y San Bernabé. Es su situación en un peñasco o trestón formado por la naturaleza, el que los romanos trabajaron varias minas y en una de ellas, que es la mayor, está formada la yglesia ermita de estos gloriosos mártires. Y el embovedado es de la misma peña, timprado al natural. Son muchos los milagros que se esperimentan todos los días de estos gloriosos santos. Y por lo mismo, su concurrencia, en el día diez y onze de Junio, suele ser de más de cinco o seis mil almas. Que todos con devoción concurren de diversas provincias, como son Vizcaia, Montaña, Campo y las siete merindades de Castilla la Vieja."

En definitiva, si alguna vez existió una conciencia colectiva territorial de las Montañas de Burgos, más allá de la evidente orografía, no fue una injusta decisión administrativa de 1833 la que la rompió, sino el propio surgimiento de la ciudad de Santander como polo de atracción bastantes décadas antes.

Respecto al concepto de "La Montaña" y en épocas más recientes, tampoco resulta tan evidente que todos los habitantes de la recientemente desaparecida provincia de Santander se identificaran con el concepto de “La Montaña”. De hecho, parece que en general los habitantes de los valles interiores tendían a identificarse con el gentilicio de su demarcación: pasiegos (valle del Pas), campurrianos (valle de Campoo), lebaniegos (valle de Liébana), merachos (valle del Miera), purriegos (valle de Polaciones), tudancos (valle de Tudanca) o sobanos (valle de Soba), llamando montañeses a los habitantes de la zona más o menos llana pegada al mar.

Son numerosos los ejemplos documentales de esta circunstancia, de los cuales nos limitaremos a citar sólo algunos. Por ejemplo Jose María de Pereda señala en su novela Peñas Arriba (1895) que los habitantes de Tudanca “llaman la Montaña a la tierra llana, a los valles de la costa, y «montañeses» a sus habitadores.”

Amador de los Ríos en su libro titulado "España. Sus monumentos y artes. Su naturaleza e historia" de 1891 dedicó un volumen a la entonces Provincia de Santander, tratando el significado de 'la Montaña' entre los lebaniegos:

“Por eso en toda la Montaña, y aún fuera de ella, pues de los de la Liébana no se llaman montañeses, tanto por ambición como por amor propio.”

El filólogo británico Ralph Penny en "El habla pasiega: ensayo de dialectología montañesa" escribía respecto a lo que entendían los pasiegos por la Montaña:

“Hay que notar aquí que los pasiegos mismos no se incluyen dentro de 'la Montaña': para ellos este término está en oposición a la 'Pasieguería', nombre que dan a sus territorios. Igualmente el calificativo 'montañés' sólo se aplica al que vive fuera de los Montes de Pas, sea en Ontaneda o en Villacarriedo, pueblos muy cercanos, sea más lejos.”

En definitiva, y para cerrar el artículo, nos parece lícito y lógico usar en sentido histórico, sentimental, cultural y literario el concepto de montañés como sinónimo del actual cántabro (en realidad, creemos incluso que sería más correcto y menos confuso), pero en absoluto podemos aceptar ninguna relación territorial entre lo que pudo ser “la montaña” en el pasado y lo que debe ser “Cantabria” en la actualidad, dada la indefinición geográfica del primero de los términos. Un burgalés del norte se podrá sentir perfectamente montañés sin dejar por ello de ser burgalés o castellano.