jueves, 14 de marzo de 2019

Una interpretación del proceso de constitución de Santander como provincia independiente

Recreación, construida en 1994, de la antigua Casa de Juntas de los Nueve Valles, institución que la visión más convencional considera el antecedente de la provincia de Santander y de la Región de Cantabria.


“Hablar de Cantabria, refiriéndonos al periodo comprendido entre finales del siglo XV y muy comienzos del de XIX, es hacerlo de una entelequia, ya que continuaba sin ser una realidad ni de hecho ni de Derecho. Lo que hoy llamamos Cantabria se denominaba comúnmente en esa época, sobre todo a pa
rte del siglo XVI, “Montañas de Santander” “Montañas Bajas de Burgos” “Peñas al Mar” o “reductivamente “La Montaña”, cuyos límites territoriales tampoco coincidían con los actuales de la región."
De la Montaña a Cantabria. La construcción de Una comunidad Autónoma.

Desde Verdades de Merindades no queremos objetar la legitimidad de la constitución del territorio al norte de la cantábrica burgalesa primero como provincia de Santander y posteriormente como Comunidad Autónoma de Cantabria. Sí queremos manifestar en todo caso que para nosotros este hecho tiene un origen eminentemente moderno (no anterior al siglo XVI) y práctico, como parte de un proceso natural en el que lo lógico era que este territorio fuese administrado de forma independiente respecto al del sur de la cordillera.

En línea con lo que acabamos de comentar, nos gusta menos que se haya hecho tanto hincapié en ese territorio en buscar reminiscencias ancestrales diferenciadoras respecto a los habitantes del entorno, aun cuando veamos cómo ese proceso tiene paralelismo en muchas otras regiones cuyas élites quieren consolidar una justificación de una identidad regional en beneficio de sus propios intereses.

En todo caso, y aunque creemos que las derivas “cantabristas” son en realidad un intento de argumentar la justificación de determinados privilegios, y que representan los primeros indicios del camino hacia un nacionalismo más desarrollado, nos serían más bien indiferentes si no incluyeran en su “película mental” la expansión hacia el norte castellano; aprovechándose de que sus habitantes nunca han mostrado especial interés en el desarrollo de su propio regionalismo (actitud esta que sería la más razonable en cualquier país que no fuera el nuestro).

Y es que este es un factor importantísimo a la hora de abordar el debate de fondo histórico que subyace en esta página: La supuesta vinculación “cántabra” de los territorios del norte de Burgos. Con nuestra afirmación, queremos dejar claro que los orígenes de la conformación como territorio “mental” de la provincia de Santander son en todo caso posteriores a los correspondientes a los de las Merindades de Castilla Vieja y a los correspondientes a los de la provincia de Burgos.

No vamos a entrar aquí a analizar en detalle la figura de la Junta General de los Nueve Valles, en la que el discurso oficial regional quiere ubicar el germen de la provincia de Santander y de la región de Cantabria. Sin despreciar su importancia como antecedente de organización municipal (tampoco exclusiva, ya que como hemos visto en territorio burgalés tuvimos la Junta de las Siete Merindades de Castilla) queremos hacer constar no obstante que no llegó a tener un éxito definitivo en la agrupación de todo el territorio en torno a una única institución ya que las Juntas y Valles de la parte oriental de la provincia, y especialmente, la ciudad de Santander, nunca llegaron a confiar del todo en la viabilidad del proyecto.

Quizás este fracaso tenga que ver con otro aspecto que ya hemos apuntado con anterioridad; este tipo de Juntas no dejaban de ser una más de las figuras características del antiguo régimen, y entre sus fines principales estaba la defensa de las prerrogativas de la nobleza baja. A finales del siglo XVIII, los movimientos ilustrados y el desarrollo de la burguesía (que en Cantabria estaban representados por las villas costeras) empezaban a marcar un camino diferente. De hecho, y he aquí la clave, finalmente no será la Junta de los Nueve Valles, sino la pujanza de la ciudad de Santander, la que marcará el paso en el proceso de disgregación respecto a Burgos.

La documentación de la segunda mitad del siglo XVIII nos ofrece varios registros en los que se comprueba el frecuente malestar de Santander y sus comarcas de influencia en relación a dicha dependencia; y que este factor es el catalizador del proceso. Se elevan quejas contra la contribución para inversiones en las que la zona no lleva beneficio (como el puente de Miranda de Ebro o la carretera de Somosierra), contra la inoperancia del estado ante determinados problemas (bandidaje, inundaciones…) contra las levas de soldados…En el comprensible trasfondo está el alejamiento respecto a Burgos, y en los propios textos se alude a las montañas elevadísimas como principal impedimento y la mejora de los servicios públicos como principal argumento. La “esencia cántabra” apenas se menciona, y nunca es el argumento determinante.

En 1799 por Real Decreto se crea la provincia marítima de Santander. Inicialmente nace en el ámbito de recaudación fiscal, aunque en las siguientes décadas, durante los periodos constitucionales, se irá consolidando hasta formar una provincia propia. Aunque suprimida temporalmente pocos años después, será reconstituida por Real Decreto en 1816. En el texto se aduce como justificación “la ventaja de los pueblos, la unidad del sistema, los intereses de mi real Hacienda y con los progresos de la industria y el Comercio”; objetivos estos que poco o nada tenían que ver con los de las Juntas seculares.

La iniciativa de creación de la provincia se estaba haciendo realidad, sí, pero no como consecuencia del trabajo de la Junta General de la provincia de Cantabria, sino fruto de la propia planificación estatal. La creación en 1799 de las nuevas provincias marítimas, entre ellas la de Santander, tiene una motivación fundamentalmente económica, pues realmente su creación responde a móviles fiscales, y más concretamente a la necesidad de mejorar el sistema recaudatorio. La propia lógica fiscal, económica política y hasta social explicaría que la nueva provincia creada “desde arriba” se denominara de Santander y no de Cantabria. Puente san Miguel y su junta serían ignorados completamente en este proceso.

Todo este movimiento mercantil y burgués representado por Santander y en menor medida, por Laredo sintonizaba con los intereses de la corona; y poco tenía que ver con aquella propuesta de “Provincia de Cantabria” que era una representación simbólica del mundo rural tradicional, de la prerrogativa, del antiguo régimen, en suma. Es más, tal vez la decisión tomada por Carlos IV de crear esta provincia marítima deba interpretarse en términos de recelos del poder central frente a esta institución, la provincia de Cantabria, de difícil compatibilidad con el fortalecimiento del Estado.

De hecho, los intentos que se hicieron desde la Junta de Nueve Valles para abarcar en torno a la misma todo el antiguo “solar montañés” acabaron en última instancia siendo totalmente infructuosos. La ciudad de Santander, y en general toda la parte este de la actual región mostraron numerosos recelos en el proceso. Santander, tras un alargado debate, obligó a su aceptación como capital para no abandonar la Junta.

Aun así, nunca se llegaría a la agrupación definitiva, e incluso parece ser que desde la constitución de la provincia marítima los diputados de la parte oriental de la provincia dejaron de asistir con frecuencia a las reuniones. Campoo, tradicionalmente orientada hacia el sur, ni siquiera quiso participar es ese proyecto de provincia de Cantabria propiciado desde Puente San Miguel, y sólo acabaría integrándose por la vía “oficial” en la última parte del proceso (a través del proceso de las cortes del gobierno de Riego). La propia Junta provincial de los Valles se acabaría extinguiendo de manera natural poco después.

No queremos ir mucho más allá, pues no es el objeto principal que nos ocupa, pero hay incluso autores actuales dentro de la propia Cantabria que muestran claramente su disconformidad con que aquella vetusta provincia de nueve Valles sea el germen de la Comunidad Autónoma Cantabria, pese a que los sectores más cantabristas y de la izquierda mal entendida hayan elevado el llamado “Día de las Instituciones” a festividad emblemática regional. En definitiva, no dudamos en afirmar que la actual región de Cantabria es heredera de la provincia de Santander, y no a la inversa.

En relación con lo que estamos comentando, creemos que a la hora de interpretar la germinación de lo que sería la posterior provincia de Santander no se le da suficiente importancia al proceso mediante el cual se creó la Diócesis de Santander, que en buena medida fue antecedente y catalizador del primero. No hay que olvidar que hasta época contemporánea todo lo que tuviera que ver con la iglesia tenía gran influencia en el devenir de la población, y los vínculos Iglesia-Estado fueron muy estrechos.

En el tomo dedicado a Burgos, Osma-Soria y Santander de la “Historia de las Diócesis Españolas” se realiza un detallado análisis del proceso al que hacemos referencia. En el mismo vemos que las motivaciones del mismo no fueron ni raciales, ni culturales, ni históricas…simplemente se trataba de argumentar que el enorme tamaño de la provincia y la lejanía de la ciudad de Burgos y su arzobispo (lejanía realzada especialmente por la cordillera intermedia) dificultaban enormemente una atención pastoral mínimamente eficiente. Tanto que las visitas, incluso las urgentes, se retrasaban muchos meses y las pastorales a las diferentes parroquias llegaban a distanciarse varias décadas; amén de otros inconvenientes que no citamos en este pequeño artículo.
Y así se comprueba en las diferentes peticiones e instancias de los prelados montañeses, instancias que comienzan nada menos que el siglo XVI, durante el reinado de Felipe II. La mención a los “inaccesibles montes” es habitual en estos documentos, y desde las primeras propuestas se trabajó con la idea que fueran los pueblos de “peñas abajo a la mar” los que conformaran la nueva diócesis. De hecho, fue el empeño en marcar este límite la principal causa de la integración en la nueva Diócesis del Valle de Mena. Al respecto entraremos algo más en profundidad en un artículo futuro.
Tras un largo proceso con avances y retrocesos, fruto de las disensiones entre las diferentes partes implicadas, y retrasos debidos a acontecimientos de diferentes características, el papa Benedicto XIV expediría el 12 de diciembre de 1754 la bula “Romanus Pontifex” por la que quedaba erigida la diócesis de Santander. En el impulso final tuvo sin duda gran protagonismo la rápida pujanza que experimentó la ciudad de Santander en esos años, y que analizaremos en un próximo artículo.
Otro aspecto muy importante, quizás el que más peso tuvo de todos, es el gran impulso que tuvo Santander y su entorno más cercano en aquellos años. La administración borbónica de la primera mitad del siglo XVIII decide dar un impulso definitivo a dos proyecto complementarios: el desarrollo del puerto de Santander y la modernización del camino entre dicha localidad y Burgos. En el trasfondo está el profundo malestar que produce la canalización del comercio exterior con Europa a través de Bilbao, como consecuencia de los fueros y el escaso beneficio que producía para la Corona dicho trasiego. Ambos proyectos sufren frecuentes altibajos, en buena medida debido a las trabas de los poderosos vizcaínos infiltrados en la administración, aunque acabarían finalmente fructificando. A medio plazo, la localidad de Santander será la más favorecida. Pasará de menos de 700 vecinos en 1743 a cerca de 3000 en 1768.
Algunos de los hechos relevantes serán la dinamización de sus ferrerías en La Cavada y Liérganes, la puesta en nueva explotación de la minas de hierro de Cabárceno, la potenciación del Real Astillero de Guarnizo, las nuevas fábricas de velas y jarcias que desembocaron en la construcción del gran puerto de Santander, la constitución de la diócesis separada de Burgos (1754), la concesión del rango de ciudad (1755) y la creación del consulado (1785). Todos estos factores la convertirán en un importante centro de desarrollo competidor respecto a Burgos, y favorecerán de manera natural que se vea cada vez con más recelo la dependencia respecto a la capital castellana.
Un incidente que tuvo lugar en 1762 da cuenta del ambiente enrarecido de la época: el alcalde mayor de Santander, Pedro Agustín de Mendieta, se niega facilitar la construcción de barracas para el regimiento de milicias de Burgos, viéndose obligados los soldados, incluso los más enfermos, a dormir a la intemperie. Conocedor Squilace del incidente, ordenará al intendente burgalés Joseph Joachin de Vereterra, que amonestase severamente a dicho alcalde Mayor.
Fuentes:
"Las Merindades de Castilla la Vieja en la Historia". Ayuntamiento de Medina de Pomar. 2007.
"Historia de Burgos. Edad Moderna". (Caja de Burgos). 1993.
"La población y el crecimiento económico de Cantabria en el antiguo régimen". Ramon Lanza. 1991.

"Historia de las diócesis españolas. Burgos, Osma-Soria y Santander". Bernabé Bartolomé Martínez. 2002.


“De la Montaña a Cantabria. La construcción de una comunidad autónoma”. Universidad de Cantabria. 1995.
“Historia de Burgos. Edad Moderna”. Caja de Burgos. 1993.
“Génesis Histórica de la provincia de Burgos y sus divisiones administrativas”. Gonzalo Martínez Diez. 1983.
“La provincia de Cantabria” Jose Luis Casado Soto. 1979.

lunes, 11 de marzo de 2019

El jueves de Todos

Valle de Mena desde la zona de Nava de Ordunte

Este jueves, el anterior al carnaval, también se llamaba “jueves lardero”; nombre derivado de “lardo”, denominación que se ha venido dando al tocino, y que equivale a graso o grasiento.
Dado que en la cuaresma se prohibía comer carne y condimentar las comidas con grasa de animales, era ese jueves Lardero la fiesta en que las comilonas pre-carnavalescas se hacían a base de los productos más grasientos que diesen fuerza para aguantas las “cuarentenas” o “carnestolendas” que ya amenazaban por el horizonte del calendario. Estas denominaciones vienen de muy atrás, y ya las recogía el Arcipreste de Hita en el Libro del buen Amor:
“estando a la mesa con Don Jueves Lardero, troxo a mí dos cartas un ligero trotero”.
La comida del Jueves de Todos la hacían los niños gracias a los donativos recibidos, y para ello aflojaban el sentimiento a base de canciones. La lista de pueblos de Burgos en las que los cantos petitorios de los niños han iluminado las caras de los mayores, a la vez que han aliviado sus bolsillos, sería interminable: Temiño, Buezo, Rubena. Eterna, Quintanalaloranco, La Bureba, la sierra de la Demanda, o todo el valle de Mena (el cual podemos contemplar en la imagen desde la zona de Nava de Ordunte).

¿Tenéis recuerdos del jueves de todos?

Los carnavales ancestrales burgaleses

Imagen del desaparecido "zarramoque" de Palazuelos de la Sierra según ilustración de Luiso Orte publicada en el libro "indumentaria burgalesa popular y festera". El libro surgió en parte de un trabajo de campo realizado en 1985 por el desaparecido servicio de etnografía de la Diputación de Burgos. Este libro ha servido también como fuente principal de información en la elaboración de este pequeño artículo

“Venía delante y haciendo anchura un hombre vestido de botarga o birria, con calzones de lienzo pintado; chaleco azul; ungarina amarilla, con jirones a trechos que descubrían forro encarnado; medias negras, zapatos blancos; con una máscara tan fea que atemorizaba a los muchachos y gentes poco versadas en ver figuras, y en el remate y cabeza hacían como divisa de corona tres cuernos, en la mano traía una espaldilla de componer cáñamo y con ella hacía tantos ademanes que apartaba a la chusma”

(extracto de un relato anónimo recogido en Boada de Roa en el siglo XVIII)
Si hay una fiesta del medio rural que tiene un carácter ancestral y pagano esa es sin duda la del carnaval, en sus diferentes formas. En efecto, muchas otras han sido paulatinamente sacralizadas por la iglesia, que en lugar de luchar contra el arraigo de las mismas las ha ido transformando en festividades religiosas de modo que poco a poco fuera cayendo en el olvido el origen primigenio. Pero el carnaval, por su propia esencia, es muy difícil de convertir en fiesta cristiana. La única opción era optar por su prohibición, o en su modulación mediante el rito de purificación del miércoles de ceniza y el posterior periodo de cuaresma. 

Así, para rastrear la esencia cultural secular de un territorio es un buen referente analizar los carnavales tradicionales que hayan podido pervivir. Pero como en el caso de otras festividades, creemos que no se pueden hacer asociaciones directas entre el hecho de que en una zona se hayan conservado más ejemplos de carnavales de corte “atávico” y la conclusión de que esa zona tuviese una cultura milenaria diferente a la de otras zonas cercanas. 

Si meditamos sobre el asunto, la explicación de porqué en unos lugares se conservan modalidades singulares de carnaval (y de otro tipo de ritos) y en otras no, puede estar en razones más bien prosaicas: la primera, que en zonas montañosas, y en general aisladas, las corrientes homogeneizadoras de la iglesia y sociedad convencional han llegado más tarde y con menos fuerza, y la segunda, que, dentro de estas zonas, las localidades que han resistido un poco mejor los embates de la despoblación han sido las que han logrado mantener ininterrumpida la “correa de la transmisión” de este patrimonio inmaterial.

Si observamos en un mapa los lugares en los que se conservan fiestas singulares cuyo origen se pierde en los siglos, vemos como en buena parte de los casos se pueden explicar con las sencillas razones que acabamos de apuntar, sin tener que recurrir por ejemplo, a extender la creencia de un noroeste peninsular diferenciado desde hace milenios del resto por su conexión con las culturas celtas del área británica. En definitiva, creemos que si nos pudiéramos retrotraer apenas dos o tres siglos veríamos un panorama en el que este tipo de ritos se mantenía en muchos más lugares de España y con generales similitudes entre territorios adyacentes.

En el caso de la provincia de Burgos nos encontramos con una situación que casa muy bien con lo que acabamos de comentar. Los pueblos que aún conservan carnavales tradicionales se cuentan con los dedos de la mano; curiosamente ninguno se sitúa en el norte de “esencia cántabra”, sino más bien en la zona de Tierra Lara o de “presierra” de la Demanda Burgalesa. ¿Significa esto que no había carnavales tradicionales en los pueblos aledaños o en el norte de Burgos?.

Nada de eso, si consultamos los registros de los etnógrafos, vemos que todas estas fiestas sufrieron un momento de crisis en la fase más aguda del despoblamiento rural, pero que en estos pocos casos hubo unas pocas personas clave que permitieron mantener la tradición o, al menos, dejar un registro de la misma que permitiera su recuperación posterior. Son los casos, por ejemplo, de Mecerreyes o Hacinas; y más cerca de nuestra comarca, Poza de la Sal u Oña.

En otras ocasiones, sencillamente, no existieron estas personas clave; pero el trabajo de los etnólogos ha permitido dejar constancia de que existieron estas costumbres. Son los casos de los valles de Manzanedo y Zamanzas (donde existieron festividades con ciertas similitudes a la ahora archiconocida y masificada Vijanera de Silió, en Cantabria) o Criales de Losa, por citar sólo dos ejemplos de nuestra comarca.

Y creemos que habrán sido unos cuantos más en los que el último conocedor de la tradición habrá fallecido sin que nadie haya podido dejar registro de la misma. Esta situación habrá sido más frecuente en lugares en donde la tradición hace más tiempo que se dejó de celebrar, y lógicamente esta circunstancia es mucho más habitual en comarcas más cercanas a la influencia de la ciudad.

Las fiestas de los Gallos

Fiesta del Escarrete de Poza de la Sal. Imagen de Pablo Puente.

Aunque hoy arrinconadas por efectos de la despoblación, la preocupante homogeneización de las fiestas populares y el lógico rechazo que produce en la actualidad el maltrato animal, lo cierto que las fiestas de los Gallos tuvieron relativa importancia en el pasado. Relacionadas probablemente con la fama del gallo como amante incansable y orgulloso; tanto Olmeda como Hergueta recogieron en sus respectivas recopilaciones de folclore de principios del siglo XX información al respecto.

Los registros etnográficos muestran diversas modalidades. Por ejemplo las damas acababan con el gallo en lugares cono Santa Inés, El Almiñé, Barbadillo del Mercado, Poza de la Sal… existe constancia de que en ocasiones era incluso los niños los que realizaban el macabro rito.

Las corridas de gallos eran otra modalidad. En las mismas el gallo era colgado de una cuerda y los jinetes trataban de arrancarle la cabeza. Así se hizo en Santa Cruz del valle Urbión, Villambisitia, Arenilla de Riopisuerga, Itero del Castillo o Castrillo-Matajudios. En Castrojeriz el gallo era colocado en lo alto de una cucaña.

Hoy afortunadamente las fiestas de los gallos se reducen a su contenido simbólico sin ningún maltrato al animal. Son los casos del Escarrete en Poza de la Sal o el Gallo de El Almiñé.

Fuente: "Cancionero popular de Burgos."