lunes, 11 de marzo de 2019

Los carnavales ancestrales burgaleses

Imagen del desaparecido "zarramoque" de Palazuelos de la Sierra según ilustración de Luiso Orte publicada en el libro "indumentaria burgalesa popular y festera". El libro surgió en parte de un trabajo de campo realizado en 1985 por el desaparecido servicio de etnografía de la Diputación de Burgos. Este libro ha servido también como fuente principal de información en la elaboración de este pequeño artículo

“Venía delante y haciendo anchura un hombre vestido de botarga o birria, con calzones de lienzo pintado; chaleco azul; ungarina amarilla, con jirones a trechos que descubrían forro encarnado; medias negras, zapatos blancos; con una máscara tan fea que atemorizaba a los muchachos y gentes poco versadas en ver figuras, y en el remate y cabeza hacían como divisa de corona tres cuernos, en la mano traía una espaldilla de componer cáñamo y con ella hacía tantos ademanes que apartaba a la chusma”

(extracto de un relato anónimo recogido en Boada de Roa en el siglo XVIII)
Si hay una fiesta del medio rural que tiene un carácter ancestral y pagano esa es sin duda la del carnaval, en sus diferentes formas. En efecto, muchas otras han sido paulatinamente sacralizadas por la iglesia, que en lugar de luchar contra el arraigo de las mismas las ha ido transformando en festividades religiosas de modo que poco a poco fuera cayendo en el olvido el origen primigenio. Pero el carnaval, por su propia esencia, es muy difícil de convertir en fiesta cristiana. La única opción era optar por su prohibición, o en su modulación mediante el rito de purificación del miércoles de ceniza y el posterior periodo de cuaresma. 

Así, para rastrear la esencia cultural secular de un territorio es un buen referente analizar los carnavales tradicionales que hayan podido pervivir. Pero como en el caso de otras festividades, creemos que no se pueden hacer asociaciones directas entre el hecho de que en una zona se hayan conservado más ejemplos de carnavales de corte “atávico” y la conclusión de que esa zona tuviese una cultura milenaria diferente a la de otras zonas cercanas. 

Si meditamos sobre el asunto, la explicación de porqué en unos lugares se conservan modalidades singulares de carnaval (y de otro tipo de ritos) y en otras no, puede estar en razones más bien prosaicas: la primera, que en zonas montañosas, y en general aisladas, las corrientes homogeneizadoras de la iglesia y sociedad convencional han llegado más tarde y con menos fuerza, y la segunda, que, dentro de estas zonas, las localidades que han resistido un poco mejor los embates de la despoblación han sido las que han logrado mantener ininterrumpida la “correa de la transmisión” de este patrimonio inmaterial.

Si observamos en un mapa los lugares en los que se conservan fiestas singulares cuyo origen se pierde en los siglos, vemos como en buena parte de los casos se pueden explicar con las sencillas razones que acabamos de apuntar, sin tener que recurrir por ejemplo, a extender la creencia de un noroeste peninsular diferenciado desde hace milenios del resto por su conexión con las culturas celtas del área británica. En definitiva, creemos que si nos pudiéramos retrotraer apenas dos o tres siglos veríamos un panorama en el que este tipo de ritos se mantenía en muchos más lugares de España y con generales similitudes entre territorios adyacentes.

En el caso de la provincia de Burgos nos encontramos con una situación que casa muy bien con lo que acabamos de comentar. Los pueblos que aún conservan carnavales tradicionales se cuentan con los dedos de la mano; curiosamente ninguno se sitúa en el norte de “esencia cántabra”, sino más bien en la zona de Tierra Lara o de “presierra” de la Demanda Burgalesa. ¿Significa esto que no había carnavales tradicionales en los pueblos aledaños o en el norte de Burgos?.

Nada de eso, si consultamos los registros de los etnógrafos, vemos que todas estas fiestas sufrieron un momento de crisis en la fase más aguda del despoblamiento rural, pero que en estos pocos casos hubo unas pocas personas clave que permitieron mantener la tradición o, al menos, dejar un registro de la misma que permitiera su recuperación posterior. Son los casos, por ejemplo, de Mecerreyes o Hacinas; y más cerca de nuestra comarca, Poza de la Sal u Oña.

En otras ocasiones, sencillamente, no existieron estas personas clave; pero el trabajo de los etnólogos ha permitido dejar constancia de que existieron estas costumbres. Son los casos de los valles de Manzanedo y Zamanzas (donde existieron festividades con ciertas similitudes a la ahora archiconocida y masificada Vijanera de Silió, en Cantabria) o Criales de Losa, por citar sólo dos ejemplos de nuestra comarca.

Y creemos que habrán sido unos cuantos más en los que el último conocedor de la tradición habrá fallecido sin que nadie haya podido dejar registro de la misma. Esta situación habrá sido más frecuente en lugares en donde la tradición hace más tiempo que se dejó de celebrar, y lógicamente esta circunstancia es mucho más habitual en comarcas más cercanas a la influencia de la ciudad.

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