jueves, 27 de septiembre de 2018

Santa María de Mijangos

Santa María de Mijangos
Al igual que Santa María de los reyes Godos, la existencia de un edificio como Santa María de Mijangos es poco compatible con la supuesta existencia de una amenaza de envergadura y organizada conformada por los supuestos restos del pueblo cántabro. En este caso las evidencias en contra de esta teoría son aún más consistentes. La primera, porque mientras quizás se podría sostener que la iglesia de los Reyes Godos pudo crearse al amparo protector del castillo de Tejeda, Mijangos se encuentra a varios kilómetros y en un entorno fácilmente atacable por una amenaza que fuera real.

Antes al contrario, buen ejemplo de la estabilidad e integración en el reino de que disfrutaba este lugar en el tránsito en el siglo VI al VII (es decir, menos de dos décadas después de que los visigodos lograsen conquistar este territorio que dieron en llamar Cantabria) es que el propio obispo Asterio se desplace desde Oca a realizar la fundación.

Santa María de Mijangos tiene al menos tres fases constructivas y de ocupación. Cuenta con un importante edificio religioso (basílica), un gran circuito sepulcral y varios núcleos habitacionales, pequeños y medios, de carácter semirrupestre. Su consagración, en el filo del siglo VI al VII, es conocida por el epígrafe conservado, y aunque no significa su construcción, sabemos con certeza objetiva (C14) que existe ya a mediados del siglo V.

Este dato constatado epigráficamente (Fue consagrado [este lugar] de Santa María por el Pontífice Asterio, el día 6 de mayo, por mando del gloriosísimo señor Recaredo) y el hecho de que se produce por el Obispo Asterio de Oca durante el reinado de Recaredo, entre el 597 y el 602, justamente tras sus campañas de Amaya y contra los vascones, tiene una significación especial en la línea del III Concilio de Toledo, de la indisoluble unión de iglesia y monarquía. Según la lectura de Lecanda, habría que datarla el 6-5-601, año de la muerte de Recaredo-
Piedra fundacional  (museo Histórico de las Merindades de Medina de Pomar)
Sin embargo López Martínez se inclina por el año 591 teniendo en cuenta que el consagrante fue Asterio, obispo de Oca, que había suscrito las actas del tercer concilio de Toledo (año 589), en el que, como es sabido, el cristianismo fue proclamado por Recaredo como religión oficial del reino visigodo.

Fuente:
“Las Merindades de Burgos. (300 ac-1560)”. Maria del Carmen Arribas Magro (2016)

lunes, 24 de septiembre de 2018

Yacimiento de Santa María de los Reyes Godos


Aspecto después del acondicionamiento de hace unos meses.

Santa María de los Reyes Godos (Trespaderne) es un yacimiento muy poco conocido que se sitúa a 300 m del castillo de Tedeja. Ha deparado un importante edificio que a juzgar por el nombre propio del monasterio debió estar destinado a enterramiento si no de algún rey godo, sí al menos de la alta nobleza establecida en la zona. Ya fue descrito por Argáiz en el siglo XVII con total precisión.

El trabajo de arqueología ha puesto al descubierto una basílica paleocristiana fechable en los siglos IV-V. La primera construcción consiste en la compartimentación del interior en dos espacios con funciones claramente definidas: la iglesia y, al oeste, el baptisterio, donde se sitúa la piscina bautismal. Desde esta sala se accede a la iglesia. El interior del templo presenta una planta rectangular, con un suelo pavimentado con una capa de argamasa de calicanto y una cabecera tripartita al interior con muro testero recto. Esta cabecera estaría ligeramente sobreelevada respecto a la otra de la nave. Casi inmediatamente se adosa a la zona central del muro hastial, por su interior, un recinto de planta cuadrada que hace las funciones de mausoleo, con pavimento de opus signinum y cuatro sarcófagos decorados. Adosados a los muros se localizaron otros enterramientos.

Aspecto del yacimiento tras la excavación en los años 90. Fuente: Aniano Cadiñanos "Los orígenes de Castilla. Una interpretación"
En nuestra opinión, la existencia de un centro de este tipo, al igual que el cercano de Santa María de Mijangos, es poco compatible con un entorno en el que supuestamente existía un peligro permanente procedente de unos hipotéticos cántabros medianamente organizados. Por el contrario, creemos a Lecanda cuando propone que este lugar, en combinación con el castillo de Tedeja (en cuyo perímetro se haya prácticamente integrado) se acabó convirtiendo en centro aglutinante y articulador desde el punto de vista jurisdiccional y militar de distritos rurales, prefigurando lo que con el tiempo llegarían a ser las castellanías del feudalismo clásico.

Fuentes:
“Las Merindades de Burgos. (300 ac-1560)”. Maria del Carmen Arribas Magro (2016)
“El Panorama urbano y las formas de poblamiento en en antiguo Ducado de Cantabria”. José Angel Lecanda. Congreso sobre espacios urbanos en el occidente medirerráneo (Siglos VI – VIII) (2009).

jueves, 20 de septiembre de 2018

San Millán y Cantabria


Arqueta de San Millán. Monasterio de San Millán de la Cogolla. Fuente: Wikipedia

Otro de los "asideros" de los defensores de la teoría de la pervivencia de los cántabros indomables es la que se basa en algunos pasajes crónica hagiográfica de la vida de San Millán, escrita por Braulio de Zaragoza, en la que se menciona su encuentro con un “senado” cántabro que se encontraría en la ciudad de Amaya; encuentro en el que San Millán les reprende por sus pecados y pronostica su destrucción a manos de Leovigildo.

Es opinión de algunos autores, entre ellos Arribas Magro, que esta información debe ser considerada con prudencia, especialmente al tratarse la crónica de la vida de un santo. Lo cierto es que la mayor parte de los autores actuales coinciden en afirmar que los hechos que narra San Braulio tuvieron lugar en el actual territorio riojano. La Amaya parece corresponderse en efecto con la Amaya burgalesa, pero la referencia a dicho topónimo únicamente guarda relación con el lugar de procedencia de una de las peregrinas que visitaron al santo en busca de sanación. Y tampoco hay ninguna prueba de que Amaya fuese capital de ningún territorio y sí mucho más probablemente una ciudad de cierta entidad.

En cuanto al senado, en realidad Braulio sólo hace mención a la existencia de un “senatus” en Cantabria. Pero no existe una prueba de que los “senatores” con los que interacciona San Millán hayan de ser necesariamente cántabros, y probablemente no lo fuesen. Por otro lado, en esa época “senator” era sólo una manera de referirse a importante propietarios de tierras. Braulio sabía lo que significaba “senator”, y debemos mirar más bien a un uso deliberado tendente a magnificar los segmentos elitistas del Alto Ebro con lo que se relacionaba San Millán.

Finalmente no debemos olvidar que esta “Vida de San Emiliano” fue escrita por Braulio casi 100 años después de transcurridos los (supuestos) hechos. Evidentemente así resultaba muy fácil encajar esta profecía dentro de las aptitudes sobrehumanas de San Millán, adjudicando al santo el prestigio de haber pronosticado la destrucción de Amaya por parte de Leovigildo, hecho que sin duda había dejado huella en el devenir del Reino visigodo. En definitiva, todos estos argumentos son muy frágiles como para poder sustentar sobre ellos la existencia de un territorio autogobernado, de nombre Cantabria, en pleno siglo VI.

Fuentes:
“¿San Millán en Valderredible? Reflexiones a propósito de una publicación reciente” Enrique Gutiérrez Cuenca; José Angel Hierro Gárate (nivel Cero 12) (2010)
“Los Cántabros en la Antigüedad. La historia frente al mito.” VVAA. Universidad de Cantabria (2008)
“Las Merindades de Burgos. (300 ac-1560)”. Maria del Carmen Arribas Magro (2016)

¿Con quién se enfrentó Leovigildo en su conquista de Cantabria?



Detalle de la Arqueta de San Millán. Monasterio de San Millán de la Cogolla. Fuente: Wikipedia

Otro de los argumentos principales en los que se basan los seguidores de la teoría de la “Cantabria indómita y nunca conquistada” es el de que a la llegada del godo Leovigildo, en el año 574, se encontró con un pueblo Cántabro de nuevo independiente y perfectamente organizado. Esta afirmación se apoya a su vez en otra, la profecía de la destrucción de los cántabros supuestamente realizada por San Millán, sobre cuya debilidad hemos hablado en un artículo anterior.

Lo cierto es que la escueta narración oficial alude a la toma de Amaya, que de alguna manera simbolizaba un centro de poder de la región, y a una captura de riquezas, aspectos ambos consistentes con la constitución de ciudades-fortaleza a la que hemos hecho mención en otro artículo. El registro documental, sin embargo, no habla de cántabros, no alude a un elemento étnico, sino que utiliza el término de “pervasores”, que en este contexto tiene el significado de usurpadores. Es difícil sacar conclusiones, Quizás pervasores correspondiera a un grupo que estaba en tránsito de expansión. Unos años más tarde, Isidoro de Sevilla habla directamente de cántabros.

Sin embargo, creemos que hay que poner en tela de juicio las conclusiones demasiado precipitadas. Sabemos que los visigodos bebían de las fuentes clásicas y conocían las referencias a los cántabros de los escritores latinos, y es probable que acudieran al término genérico “cántabros” para denominar de forma simplificada a los pobladores de un territorio poco conocido, lo mismo que hicieron antes los romanos.

Los nombres a los que hace mención Braulio en la “vida de San Emiliano” son nombre latinos, hecho este difícil de relacionar con un supuesto origen cántabro, como también que la ciudad se organizase en forma de “senatus”. Aunque lo más inconsistente es pensar en un refugio de los cántabros casi 600 años después de la conquista precisamente en el lugar en donde hay constancia arqueológica de la presencia de destacamentos militares durante un periodo relativamente largo de tiempo.

En opinión de García González, y siguiendo con sus propuestas de diferentes dinámicas entre el sector septentrional y meridional de la cordillera, la fachada meridional inició desde finales del imperio romano un periplo geopolítico propio, que se articuló sin necesidad de recurrir a agentes externos, mediante la colaboración de los habitantes silvoganaderos de las partes altas y los agricultores de los fondos de valle. Estos serían los que los visigodos llamarían posteriormente “pervasores provinciae”.

En todo caso, cabe decir que a diferencia de las campañas sobre los vascones, la integración de este territorio no pareció ser especialmente problemática. Aún más, menos de dos décadas después encontramos al Obispo Asterio fundando una basílica en un lugar tan norteño como Mijangos, hecho que habla de la estabilidad a la que rápidamente había llegado esta zona.

Fuentes:
“Los Cántabros en la Antigüedad. La historia frente al mito.” VVAA. Universidad de Cantabria (2008)
“Las Merindades de Burgos. (300 ac-1560)”. Maria del Carmen Arribas Magro (2016)
“Castilla en tiempos de Fernán González” Juan José García González (2008).

lunes, 17 de septiembre de 2018

La teoría de la Cantabria Trasmontana y la Cantabria Cismontana en la época visigoda

Posible situación del centro norte peninsular en el siglo V Adaptado de García González "Castilla en tiempos de Fernán González"
Juan José García González desarrolló en varios de sus escritos una teoría en la que reflexionaba sobre la posible diferente dinámica entre la Cantabria trasmontana, o de aguas al mar, y la Cantabria cismontana o de aguas al Ebro. Busca los indicios de esta diferencia en los datos existentes para ambas zonas desde el periodo final del imperio romano.

Según García González, durante el devenir del sometimiento al imperio, el sector atlántico se volvió descaradamente hacia el mar y (a través de él y de los enlaces terrestres por la línea de costa) hacia la región de Aquitania, uno de los grandes graneros del mundo romano. De hecho tal vez se puedan buscar los indicios de esta relación varios siglos antes, cuando los cántabros se encontraron del lado de los Aquitanos luchando contra las huestes de César.

“Mas perseguidos de la caballería por aquellas espaciosas llanuras, de cincuenta mil hombres venidos, según constaba, de Aquitania y Cantabria, apenas dejó con vida la cuarta parte, y ya muy de noche se retiró a sus cuarteles” (Julio Cesar, Comentarios de la guerra de las Galias)

Si se suman los castra nativos pre o protourbanos activados, los fora normalizados o específicamente constituidos, las stationes promovidas a intervalos tasados en los tramos viarios, los portus impulsados en el andén litoral y las civitates creadas expresamente, al autor no le cabe ninguna duda que la mecánica estimuladora del tipo mercantil quedó aceptablemente implantada en el contexto de la cordillera septentrional.

Con el desbordamiento de los pirineos el año 409 por diversas partidas de suevos, vándalos y alanos, se abrió para el tercio septentrional peninsular un periodo revuelto. Los fue en un tono relativamente moderado para el litoral cántabro, que hasta el año 429 tuvo que transigir con la presencia incidental de los vándalos, asdingos y que en el año 456 tuvo que soportar un cruel y depredador ataque puntual de los hérulos por mar. El trance resultó bastante más duro para el flanco somontano y para los espacios abiertos inmediatos, pues fueron incesantemente recorridos en una y otra dirección en son de guerra por los suevos y los visigodos cuando menos hasta mediados de la siguiente centuria.

A la entrada en la segunda mitad del siglo VI, el contraste entre la situación general de ambas vertientes de la cordillera era radical: al norte de la barrera de picachos, se tributaba a los merovingios con notable apacibilidad. Ese es el dato que nos ofrece Fredegario Escolástico, al mostrar a Cantabria como un ducado tributario de los francos.

“Provinciam Cantabriam Gothorum regno subaegit, quam aliquando Franci possederant. Dux Francio …”

El más notable ejemplo que nos ofrece la documentación de esta situación calmada es el registro, en el año 574, del devenir de un tal Maurano, que esperaba con renovada paciencia en la costa norteña el paso del tercer navío de la expedición marítima que había de llevarle a Tours, via Burdeos, en su intento por recuperar ante la tumba del milagroso San Martín la voz inopinadamente perdida. Al sur, sin embargo, la franja cismontana era sometida por la fuerza en ese mismo año por parte de Leovigildo, lo que deja bien claro que la Cantabria a la que hacían referencia los visigodos no integraba, al menos inicialmente, la franja costera.

No será hasta décadas más tarde, hacia 613 y una vez rendido el estado suevo, cuando Sisebuto ordenó a sus duces, Rikila y Suinthila, que invadieran la franja costera, que García González identifica con el territorio de los Ruccones que menciona la documentación. Es decir, el cronista habría acuñado este término (ruccones) porque para él resultaba evidente que el territorio conquistado en esa campaña no correspondía a la misma realidad que la Cantabria integrada en el reino décadas antes.

Fuente: “Cuadernos burgaleses de Historia Medieval” (Tomo II y anexo) (1995) y “Castilla en tiempos de Fernán González” (2008) Juan José García González.

lunes, 10 de septiembre de 2018

Una reinterpretación del supuesto "limes" del norte de Burgos


El Castillo. Peña Amaya

Una interpretación que aún tiene un cierto predicamento, incluso entre profesionales, es la existencia de una supuesta frontera o “limes” que primero los romanos (en su época de declive) y luego los visigodos establecieron al norte de las actuales provincias de Burgos para defenderse de unos pobladores montañeses que nunca habrían acabado de romanizarse y por lo tanto continuaban representando una amenaza. El fundamento de estas teorías es la pervivencia en la antigüedad tardía y la primera parte de la Edad Media de determinados emplazamientos de tipo defensivo, especialmente, en el territorio de nuestra provincia, los de Peña Amaya y Tedeja y quizá también el de castro Siero.

Sin embargo, una interpenetración alternativa aparece en el libro “Los cántabros en la antigüedad. La historia frente al mito”. En el mismo, partiendo del estudio de los yacimientos anejos Mave y Monte Cildá (Palencia) se propone que en la época de inestabilidad que se experimentó a partir del siglo IV los habitantes de los principales poblamientos en llano volverían a reocupar los emplazamientos en altura más cercanos, formando pares de agrupamientos poblacionales que de algún modo serían el inicio del modo de ocupación castellero y feudal, civil y de siglos posteriores.

Este tipo de asociación de poblamientos llano-monte se reproduciría también en los casos de Amaya (tal y como apunta Quintana), Tedeja y quizás en Castro Siero (Valdelateja). El objetivo era buscar sitios con buen control del territorio y de las vías de comunicación, y fáciles de defender. Pero lo mismos no formarían ningún tipo de línea específicamente organizada frente a hipotéticos ataques desde un norte mínimamente organizado, sino que se trataría de emplazamientos independientes diseñados para poder administrar el territorio circundante y ser lo más resistentes posibles a cualquier tipo de amenaza.

Arribas Magro apunta a varias posibilidades más de este tipo de poblamientos derivados de un castro, relacionados con asentamientos de valle datados en época visigoda. El Pópilo se localiza en el término de Herrán al pie de un cerro cónico denominado el Castillo. San Juan de Hoz se ubica en Cillaperlata en una estrechísima hoz que le da nombre, también situado al pie de un cerro denominado El Castro. La distancia que separa los dos últimos monasterios de los topónimos defensivos no llega a los 900 metros, con lo que considera que se construyeron al amparo de los mismos. En el mismo periodo tenemos la basílica visigoda de Santa María (Mijangos), de la que se conserva la piedra fundacional del último decenio del siglo VI, construida al amparo de un Castillo.

En palabras de Lecanda, investigador del yacimiento de Tedeja “no parece irracional pensar que existe una necesidad real no tanto de separar y aislar dos espacios, dos sociedades enemigas y antagónicas, como de garantizar cierta seguridad a las zonas más integradas en los esquemas del imperio, al tiempo que facilitar la conexión con aquellas partes del mismo que se ven, por su marginalidad, un tanto amenazadas. Y ello con más razón porque en esta época el limes ya no se correspondía con una línea de fortificaciones, sino que lo que se protegía era sobre todo las vías de comunicación estratégicas”.

El mismo Lecanda, en otro artículo posterior (2009) dice que “tras la prolongada fase de inestabilidad del siglo III y más especial y directamente la del siglo V, muchos de estos poblados rurales buscarán la protección de un emplazamiento enriscado, en lugares estratégicos, aunque no necesariamente en castros prerromanos reutilizados. Son los castella, otra forma de habitación rural de la que nos hablan las fuentes y que en muchos casos serán ya enclaves con solución de continuidad en los siglos posteriores. Posiblemente estamos hablando del asentamiento en ellos de un colectivo humano de funcionalidad militar y no esencialmente agraria, lo que dada la estructuración sociopolítica del reino visigodo podría denotar el establecimiento de miembros de una cierta élite, dotada de poderes delegados en tanto que responsables últimos de la seguridad de ciertos pasos estratégicos o zonas peligrosas. Desde luego la función de control de rutas estratégicas y protección de núcleos importantes parece ser el origen de este tipo de asentamientos en época bajoimperial, fecha a partir de la cual se irá produciendo su transformación de asentamiento militar hacia asentamiento también poblacional.

Fuentes:
“Los Cántabros en la Antigüedad. La historia frente al mito.” VVAA. Universidad de Cantabria (2008)
“Tedeja y el control político del territorio del norte burgalés en época tardorromana, visigoda alto y pleno medieval” Jose Ángel Lecanda Esteban y otros. V Congreso de Arqueología Medieval Española. (1999).
“El Panorama urbano y las formas de poblamiento en en antiguo Ducado de Cantabria”. José Ángel Lecanda. Congreso sobre espacios urbanos en el occidente mediterráneo (Siglos VI – VIII) (2009).
“Las Merindades de Burgos. (300 ac-1560)”. Maria del Carmen Arribas Magro (2016)

jueves, 6 de septiembre de 2018

Las merindades en el ocaso del Imperio Romano


Desfiladero de la Horadada desde la fortaleza de Tedeja, de origen tardoromano.

Desde finales del siglo III el imperio romano empezó a descomponerse, de modo que las estructuras de poder empezaron a disolverse, especialmente en los extremos más apartados y menos romanizados. Ello permitió, en opinión de algunos “que los cántabros recuperasen su autonomía”.

Pero ¿De qué autonomía estamos hablando? En post anteriores ya hemos mostrado serias dudas de que realmente los cántabros formasen un todo homogéneo antes de la conquista, y de que dicho pueblo estuviese marcadamente diferenciado del que representasen sus vecinos autrigones y turmogos. Tenemos aún más dudas ante cualquier afirmación de que este supuesto “carácter peculiar cántabro” permaneciera durante todo el periodo de dominación, y también de que los moradores de esta zona que se encontraron con esta “independencia sobrevenida” tuviesen mucho que ver con los que lo hicieron 300 o 400 años antes.

En nuestra opinión esta zona, como otras de carácter rural y agreste, y alejadas de los centros de poder, se desvincularon de forma más o menos natural de las estructuras del imperio. Es bastante probable que desde este periodo fuesen área de acogida de grupos de diferentes perfiles se alejaban de los centros de poder (campesinos arruinados, perseguidos por la ley, opositores caídos en desgracia…), constituidos en buena medida por lo que se ha dado en llamar el movimiento “bagauda”.

Este tipo de áreas se convirtieron en refugio de gente desheredada, aprovechándose de los mecanismos de “pactos de hospitalidad” aún existentes, que con el tiempo se fue organizando para una defensa común, pero en ningún caso con la idea de desarrollar una identidad nacional y menos aún vinculada a los cántabros prerromanos. Las primeras oleadas bárbaras, de carácter esencialmente pacífico, se integraron también en estas peculiares estructuras. Los propios hispanos, incluso señores locales, colaboraron para librarse de la sujeción a Roma y de una política fiscal abusiva.

Fueron este tipo de colectividades unidas por un destino común, no por un origen étnico común, contra las que Roma (que las consideraba poco más que bandidos) enviaría en varias ocasiones tropas comitatenses desde Italia para acabar con ellos sin éxito. Posteriormente vándalos y alanos evitaron también estas zonas en sus incursiones, dado que su propia desesperación y el saberse dueños de su destino les hacía mucho más efectivos en la defensa que las descompuestas legiones imperiales. Por otro lado, y como ya había sucedido siglos antes, y quizás este sea el factor fundamental, este territorio se favoreció del hecho de que su dominación nunca resultara prioritaria para los diversos pueblos invasores que fueron entrando en la península.

En todo caso, es buen signo de lo que estamos afirmando que las circunstancias en las que se encontró el tercio norte burgalés (y en general toda la provincia) a partir del siglo IV se iniciaron a consecuencia de hechos acontecidos fuera del territorio. Es decir, se trató de la necesidad de dar una respuesta ante hechos que venían dados desde fuera. Volvemos a recalcar que desde el final de la conquista no hay un solo signo de rebeldía de carácter étnico ni tampoco de la constitución de un territorio en torno al mismo.

Volvemos a referirnos a un pasaje del libro “Los cántabros en la antigüedad. La Historia frente al mito”: “Sus habitantes no aprovecharon la coyuntura turbulenta de estos tiempos en la Península ni lucharon conscientemente por su independencia, muy probablemente, porque desde hacía mucho tiempo habían dejado de funcionar los lazos y mecanismos (sociales, políticos, guerreros, territoriales y religiosos) que antaño mantenían vivos los sentimientos de pertenencia a una comunidad (populus, oppidum). Era primordial sobrevivir en estos tiempos en el día a día antes de preocuparse por estas cuestiones de “ligazón nacional”. La independencia les llegó por el contrario porque cesó simplemente la acción de gobierno de Roma; les llegó sin luchar por ella, sin que aflorara la belicosidad y el irredentismo del pasado”.

Fuentes:

“Los Cántabros en la Antigüedad. La historia frente al mito.” VVAA. Universidad de Cantabria (2008)
“Historia de los godos”.Rosa Sanz Serrano (2009)
“Arqueología de los Autrigones. Señores de la Bureba”. Rosa Sanz Serrano, Ignacio Ruiz Vélez, Hermann Parzinger (2012)

lunes, 3 de septiembre de 2018

El norte de Burgos tras la conquista romana

Elementos de aculturación romana en Merindades. Adaptado de Juan José García González "Castilla en tiempos de Fernán González".

Conectando con lo que comentábamos en artículos anteriores, existe una corriente de opinión apoyada cada vez por menos expertos pero sí por muchos aficionados, que viene a afirmar que los habitantes de la Cantabria prerromana, al contrario que en el caso de otros pueblos próximos, siguieron viviendo básicamente de la misma manera y siguieron siendo relativamente autónomos hasta la invasión musulmana. De ahí, y de su heroica resistencia al invasor romano, vendría la esencia de su supuesta singularidad cultural que se habría transmitido en cierta manera hasta nuestros días.

Nosotros creemos que no hay ninguna evidencia de que los hechos históricos y los hallazgos arqueológicos no se puedan explicar por una suma de los siguientes factores: (a) A Roma no le interesó ocupar las zonas más agrestes y básicamente improductivas, salvo en lo relacionado a construcción de las vías de tránsito y su control. (b) se produjo una importante contracción poblacional como consecuencia de las Guerras Cántabras y los nuevos modos habitacionales impuestos por la metrópoli. 


En su libro "Las Merindades de Burgos. 300 aC-1560", Mª Del Carmen Arribas Magro detecta 40 lugares con indicios de ocupación romana en las Merindades. De la observación de los mismos podemos ver cómo en los municipios del cuadrante septentrional no existen yacimientos romanos relacionados con lugares de habitación más que los estrictamente militares e indicios de trazados viarios. Por el contrario, en las amplias áreas llanas o de media montaña del centro y el oriente encontramos mucha más abundancia, incluidas dos villas y una explotación minera. Estos registros son perfectamente explicables por la mayor o menor facilidad para el desarrollo de la agricultura extensiva, sin tener que acudir a teorías relacionadas con la belicosidad de sus habitantes.

Por su parte Juan José García González identifica unos 15 emplazamientos similares en la comarca de las Loras. No son muchos ni en general muy llamativos, pero quizás la pregunta sea ¿Hasta qué punto puso interés roma en colonizar este territorio? Por otro lado, como es lógico, las evidencias de romanización se concentran especialmente en las áreas llanas, mientras que en la parte más montañosa de la zona noroccidental se limita básicamente a destacamentos o “turris” de control asociados a las vías y pasos principales.

Son estos destacamentos los que se convertirán en los principales difusores del modo de vida romano (si se quiere, la famosa “aculturación”) convirtiéndose algunos con el tiempo en pequeñas localidades centralizadoras del pequeño comercio y la administración, como podría ser los casos de Tedeja y Amaya. Evidentemente nunca podremos hablar de una romanización al estilo de las grandes villas y ciudades romanas, pero creer que más de tres siglos de dominio romano sin altercados de relevancia no sirvieron para homogeneizar la zona creemos que se puede calificar, cuando menos, de muy aventurado.

Adicionalmente, La doctora Arribas Magro también apunta a la posibilidad de que los topónimos derivados de “civitas” tengan un origen romano o visigodo. En el falsificado documento del año 800 se cita la "civitate de Area Patriani in territorio Castelle." ciudad que en 807 será ya territorio. También tenemos Cidad de Ebro en el valle de Manzanedo y Cidad de Valdeporres, lugares que aún perduran.

La toponimia nos ha dejado también una Cidad junto a Cillaperlata, otra junto a Soncillo, y dos ciudades más junto a los lugares de Castresana y de Quincoces de Yuso. Y por último una referencia documental a la octava ciudad: en el Libro Becerro de las Behetrías se recoge el sitio de "Lastras de Uilla de Ciudat", (escrito Cibdat), en el actual terreno de Lastras de las Heras. En el entorno de este último lugar se localiza el muy significativo y único topónimo "Godo" de las Merindades. A unos 600 metros, dentro del mismo término, hay un yacimiento de San Martin y la parroquial es del pueblo tiene la advocación de San Andrés. Todos estos indicios apuntan a que podamos estar ante el verdadero emplazamiento de la "famosa" Area Patriniani.