Cartel del excelente documental sobre la vida y obra de Antonio José, creado y estrenado en Burgos el año pasado |
El talentoso músico y etnógrafo burgalés Antonio José, brutal e injustamente asesinado en la Guerra Civil, enunciaba pocos meses antes de su muerte las siguientes palabras:
“Galicia, Asturias, Levante, Vasconia, Cataluña, Andalucía, todas las regiones presentan con legítimo orgullo sus cantos vernáculos, y no sólo ...nadie niega esas canciones características, sino que todo el mundo reconoce y aplaude su autenticidad. Desaprensivos y poco enterados comentadores hay que sostienen concienzudamente la errónea teoría de que las escasas canciones encontradas en Burgos llegaron de la Montaña. Así: sin más concisos detalles fijativos ... (En Burgos, “la Montaña”; quiere decir Santander; y conviene recordar, a este respecto, lo que dijo hace más de veinte años el ilustre compositor Nemesio Otaño, especializado como pocos en el estudio del canto montañés. El canto montañés, a juzgar por los datos por él recogidos, «es substancialmente castellano; burgalés especialmente;. Y esta opinión sincera y valiosa era compartida por el eximio musicólogo catalán, de inolvidable recuerdo, don Felipe Pedrell).
“hace muchos años, el inteligente músico burgalés Federico Olmeda salió en busca de canciones populares por algunos pueblos de la provincia de Burgos, recogiendo en pocos meses más de 600 motivos de canto y danza de la más legítima procedencia, de la más sorprendente variedad y del más exquisito arcaísmo. Téngase en cuenta que Olmeda recorrió unos 200 pueblos y que la provincia de Burgos tiene 1.200. Yo mismo, después, para seleccionar cerca de las 200 tonadas populares insertas en el Nuevo cancionero burgalés he oído, en unos meses empleados en esta labor de cazador lírico, unos 400 motivos, todos ellos, por supuesto, distintos a los que anotó Olmeda ... Creo imposible que ninguna otra provincia pueda presentar tan crecido número de canciones.
¿Quién podrá asegurar ahora, examinando esas pruebas firmísimas y copiosas, que Burgos no tiene música popular, o que esos centenares de documentos vivos fueron importados de otras regiones? ¿No es absurdo que esas otras regiones volcaran espontáneamente en Burgos un inmenso tesoro lírico, para que Burgos quedase más rico que ellas?
Tenemos cantos de siega y trilla; de cuna, de ronda, de esquileo y de otros actos de la vida común. Cantos coreográficos, vocales e instrumentales, al agudo, a lo llano, de ruedas y danzas. Cantos religiosos de todo tiempo y para toda ocasión. Todos ellos de hermosa variedad; de interesante y atrevida construcción melódica y rítmica; de valiosa vetustez; de unidad profunda. Todos ellos, también, empapados de propio e inconfundible color, conseguido por la fusión felicísima de nobleza, austeridad, franca rudeza y alegría sana.
Sólo quien, por miopía crítica, por desánimo, por prejuicios regionalistas o por pereza intelectual, no pase de la corteza objetiva, sin más detenida reflexión, podría afirmar despreocupadamente parecidos ilusorios -o, cuando menos, más aparentes que reales- con otras tonadas de la Montaña, o de León, o de otra región que casi siempre es la suya ... “
En Verdades de Merindades hacemos nuestras estas palabras pronunciadas hace más de ochenta años. El folclore burgalés originario es al menos tan particular, original, homogéneo y valioso como el de cualquier otra región; y si hoy está en trance de desaparición y dilución se debe exclusivamente a la desidia de las personas que toman decisiones, a la feroz despoblación y desestructuración social de las zonas rurales, al modo de vida contemporáneo y, particularmente, a que en Burgos no ha existido un movimiento regionalista que use la cultura popular más como herramienta de diferenciación que como un valor en sí misma.
Sin ser expertos, ni siquiera aficionados avanzados en la materia, hemos encontrado numerosos ejemplos que demuestran que existen evidentes paralelismos entre el patrimonio inmaterial de las zonas al sur y al norte de la provincia (lejos de ese obsesivo recurso al “norte burgalés de ámbito cántabro” de los cantabristas interesados).
Es más, en realidad los paralelismos se producen también con la cultura popular de otras zonas peninsulares e incluso europeas, demostrando, como no podía ser de otra forma, que el patrimonio etnográfico de una determinada zona en realidad no es ni cántabro, ni castellano, ni montañés, ni merinés… ni siquiera burgalés; ya que no deja de ser el compendio del rastro dejado por el paso y el intercambio de las culturas a lo largo de los siglos, con las peculiaridades locales, y que su uso para argumental una entidad territorial, además de interesado, es sumamente endeble.
En definitiva, es digno de elogio difundir y conservar nuestro patrimonio, y es lógico y natural que nos sintamos orgullosos del mismo; pero siempre manteniendo la perspectiva de que la cultura debería servir para unir y no para hacer política.
“hace muchos años, el inteligente músico burgalés Federico Olmeda salió en busca de canciones populares por algunos pueblos de la provincia de Burgos, recogiendo en pocos meses más de 600 motivos de canto y danza de la más legítima procedencia, de la más sorprendente variedad y del más exquisito arcaísmo. Téngase en cuenta que Olmeda recorrió unos 200 pueblos y que la provincia de Burgos tiene 1.200. Yo mismo, después, para seleccionar cerca de las 200 tonadas populares insertas en el Nuevo cancionero burgalés he oído, en unos meses empleados en esta labor de cazador lírico, unos 400 motivos, todos ellos, por supuesto, distintos a los que anotó Olmeda ... Creo imposible que ninguna otra provincia pueda presentar tan crecido número de canciones.
¿Quién podrá asegurar ahora, examinando esas pruebas firmísimas y copiosas, que Burgos no tiene música popular, o que esos centenares de documentos vivos fueron importados de otras regiones? ¿No es absurdo que esas otras regiones volcaran espontáneamente en Burgos un inmenso tesoro lírico, para que Burgos quedase más rico que ellas?
Tenemos cantos de siega y trilla; de cuna, de ronda, de esquileo y de otros actos de la vida común. Cantos coreográficos, vocales e instrumentales, al agudo, a lo llano, de ruedas y danzas. Cantos religiosos de todo tiempo y para toda ocasión. Todos ellos de hermosa variedad; de interesante y atrevida construcción melódica y rítmica; de valiosa vetustez; de unidad profunda. Todos ellos, también, empapados de propio e inconfundible color, conseguido por la fusión felicísima de nobleza, austeridad, franca rudeza y alegría sana.
Sólo quien, por miopía crítica, por desánimo, por prejuicios regionalistas o por pereza intelectual, no pase de la corteza objetiva, sin más detenida reflexión, podría afirmar despreocupadamente parecidos ilusorios -o, cuando menos, más aparentes que reales- con otras tonadas de la Montaña, o de León, o de otra región que casi siempre es la suya ... “
En Verdades de Merindades hacemos nuestras estas palabras pronunciadas hace más de ochenta años. El folclore burgalés originario es al menos tan particular, original, homogéneo y valioso como el de cualquier otra región; y si hoy está en trance de desaparición y dilución se debe exclusivamente a la desidia de las personas que toman decisiones, a la feroz despoblación y desestructuración social de las zonas rurales, al modo de vida contemporáneo y, particularmente, a que en Burgos no ha existido un movimiento regionalista que use la cultura popular más como herramienta de diferenciación que como un valor en sí misma.
Sin ser expertos, ni siquiera aficionados avanzados en la materia, hemos encontrado numerosos ejemplos que demuestran que existen evidentes paralelismos entre el patrimonio inmaterial de las zonas al sur y al norte de la provincia (lejos de ese obsesivo recurso al “norte burgalés de ámbito cántabro” de los cantabristas interesados).
Es más, en realidad los paralelismos se producen también con la cultura popular de otras zonas peninsulares e incluso europeas, demostrando, como no podía ser de otra forma, que el patrimonio etnográfico de una determinada zona en realidad no es ni cántabro, ni castellano, ni montañés, ni merinés… ni siquiera burgalés; ya que no deja de ser el compendio del rastro dejado por el paso y el intercambio de las culturas a lo largo de los siglos, con las peculiaridades locales, y que su uso para argumental una entidad territorial, además de interesado, es sumamente endeble.
En definitiva, es digno de elogio difundir y conservar nuestro patrimonio, y es lógico y natural que nos sintamos orgullosos del mismo; pero siempre manteniendo la perspectiva de que la cultura debería servir para unir y no para hacer política.