La dulzaina es un instrumento aerófono archiconocido en la mayor parte de la Península Ibérica, y por supuesto también en Merindades. Basta recordar el indeleble recuerdo que dejó en todos los que le conocieron Pedro Barcina, el dulzainero de El Almiñé.
Su agudo soniquete ha amenizado las fiestas de nuestros pueblos, y aún lo sigue haciendo, aunque bastante desplazada desde que hace algunas décadas se fueron expandiendo las bandas que emplean instrumentos modernos. Cabe decir que esta circunstancia también se daba en el territorio de la actual Cantabria, pese a que a nivel etnográfico se vea hoy en día desplazada por instrumentos más “cool”, como los rabeles o las gaitas. Afortunadamente en la localidad de Colindres aún se sigue celebrando anualmente un afamado encuentro de dulzaineros.
Se dice que proviene de un antiguo arquetipo traído por los árabes, del que derivaría inicialmente la “chirimía”. De esta a su vez aparecería una variante más “culta”, el oboe, y otra más popular, la dulzaina. Este último instrumento resultaba relativamente fácil de fabricar para un artesano experto, con lo que su accesibilidad era mayor. Este hecho, junto con su sonido penetrante, la convirtió en la reina de nuestros bailes, acompañada ineludiblemente del tambor.
De todas formas parece que su implantación en nuestra provincia, y en general en el norte peninsular es relativamente reciente, a partir del siglo XVIII y XIX desplazando a las diversas versiones de flautas y pitos; pareciendo provenir de una irrupción desde tierras levantinas y aragonesas; proceso que pudo venir aparejado de la adopción de esa vestimenta tan relativamente homogénea de algunos de nuestros festejos y que comentaremos en un próximo artículo.
Fuente: Cancionero popular de Burgos. Tomo VII.
Estatua del dulzainero y el tamborilero que se encuentra en la calle San Lesmes de la capital. Fuente:todostenemosundoble.blogsp
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