jueves, 30 de mayo de 2019

EN OCASIONES VEO TEJOS (PARTE 1 DE 3)


Mapa elaborado por miembros del movimiento etnocentrista expansionista cantabrista.

La dendrolatría o culto a los árboles en sus distintas formas, tanto de forma general como singularizada en determinadas especies y ejemplares, está extendida desde tiempo inmemorial por todas las culturas occidentales, tanto las de corte atlántico como las de corte mediterráneo.

Dentro de las especies habituales en este tipo de creencias ancestrales, sin duda el tejo ocupa un lugar preeminente. No son pocas las personas que en la planificación de sus viajes incluyen la visita a algún bosque de tejos centenarios: Su longevidad, su toxicidad (lo que le convierte a la vez en el árbol de la vida y de la muerte), su resistencia incluso en las condiciones más duras (incluyendo la facilidad para rebrotar), la forma de sus troncos y su color oscuro que lo hace destacar en lo más profundo del bosque le han hecho ganar una merecida fama, que se extiende incluso a su uso ornamental en numerosos jardines de toda Europa (uso este que se remonta al menos al siglo XVI). 

Es totalmente cierto e impactante que en determinadas comarcas del noroeste español (no en todas, desde luego, ni siquiera en la mayoría) la presencia de tejos centenarios al lado de iglesias, ermitas y otras edificaciones llega a ser sobrecogedora. Otra cosa es que nuestros “amigos” cantabristas, en la construcción de una inexistente identidad “milenaria” merinesa vinculada a Cantabria, en detrimento de lo burgalés y castellano, hayan desarrollado uno de sus argumentos supuestamente más consistentes en la existencia de una serie de tejos “de culto” (es decir, plantados exprofeso con una determinada finalidad o con un cierto simbolismo para el ser humano) en la zona de Merindades. 

La existencia de estos ejemplares en esta comarca y la inexistencia de los mismos en otras zonas provinciales vendría a demostrar (“una vez más”) que Merindades se diferencia del estándar castellano (monótono y homogéneo bajo su prisma), y se vincula con el noroeste Peninsular en donde este tipo de árboles está más extendido, y por extensión a los países “celtas” del arco atlántico. En este y en próximos artículos demostraremos que esta conclusión “facilona” es muy, pero que muy matizable, hasta el punto de quedar prácticamente en agua de borrajas.

La Naturaleza entiende de climas y geobotánica, cambiantes también a largo plazo, pero no de pretenciosos movimientos etnocentristas. Si observamos un mapa de distribución natural del tejo en España, veremos que efectivamente aparece en gran número de cadenas montañosas. Sin embargo, en las regiones con mayor grado de temperatura e insolación se refugia en rodales situados en gargantas muy protegidas del sol, a menudo muy poco accesibles y a gran altitud. Además, en este tipo de climas cuando se quiere cultivar en zonas llanas precisa de cuidados especiales; en caso contrario se seca o crece con mucha lentitud.

Por ello, nos resulta lógico que el culto específico al árbol del tejo se haya desarrollado y conservado de una manera más intensa en países y regiones cuyo clima ha permitido una mayor interacción entre el hombre y el árbol; porque este se desarrolle en el fondo de los valles y crezca con relativa rapidez y lozanía, caso que sucede en la cuenca atlántica europea en particular y en el cantábrico español en particular.

Además, en su traslación hasta nuestros días y como sucede para otro tipo de árboles simbólicos y en general para todo tipo de costumbres ancestrales y paganas (este es un argumento que ya hemos señalado y lo seguiremos haciendo en el futuro) las reminiscencias de estas creencias han encontrado mejor refugio en zonas rurales montañosas; y por eso sus rastros son más evidentes y abundantes en unas regiones que en otras. 

Evidencias de lo que estamos hablando las encontramos en determinados ejemplares localizados en regiones europeas fuera de lo que popularmente se tiende a identificar con el “ámbito celta”, pero sí adecuadas para el crecimiento del tejo. En los mismos vemos una casuística que determinados razonamientos interesados quieren hacer que es exclusiva de las comarcas y países del arco atlántico.
Por ejemplo junto a la iglesia de Santa María de Cavandone, en Italia, se encuentra un tejo de unos cuatro metros de perímetro de tronco que se supone plantado en el siglo XVII. En el mismo país, en el Monasterio di Fonte Avellana existe un tejo que se cree plantado en 1530. Incluso se puede encontrar un gran tejo en el centro de la populosa plaza Giovine de Milán.

Junto a la iglesia de Pruske, en Eslovaquia, crece un robusto tejo que con sus cinco metros de perímetro es considerado el mayor de todo el país. Un caso parecido es el tejo de Bystrzyca (Polonia) que crece en el terreno de lo que fue el cementerio de una antigua iglesia. Según la leyenda, el árbol fue plantado por los habitantes finalizada la construcción de esta iglesia (alrededor del año 1217), en honor a su fundadora princesa Eduviges, posteriormente proclamada santa. 


No obstante no es este el tejo más anciano de Polonia, ni ninguno que se sitúe en alguna alta montaña; el honor le corresponde a un ejemplar anexo a una vivienda, que acompañamos a este artículo. Un caso parecido lo encontramos en el enorme tejo de Krompach (República Checa). 

Un estupendo tejo crece en el cementerio de Dürnau (Alemania); caso parecido al de Deneuvre, localidad cercana a los Alpes Franceses. En España encontramos el caso del tejo de la iglesia de Sant Miquel de Sacot, en la comarca Catalana de la Garrocha.

Fuente de la foto y de parte de los datos: https://www.monumentaltrees.com.

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