Mapa elaborado por miembros del movimiento etnocentrista expansionista cantabrista. |
La dendrolatría o culto a los árboles en sus distintas formas, tanto de
forma general como singularizada en determinadas especies y ejemplares,
está extendida desde tiempo inmemorial por todas las culturas
occidentales, tanto las de corte atlántico como las de corte
mediterráneo.
Dentro de las especies habituales en este tipo de
creencias ancestrales, sin duda el tejo ocupa un lugar preeminente. No
son pocas las personas que en la planificación de sus viajes incluyen la
visita a algún bosque de tejos centenarios: Su longevidad, su toxicidad
(lo que le convierte a la vez en el árbol de la vida y de la muerte),
su resistencia incluso en las condiciones más duras (incluyendo la
facilidad para rebrotar), la forma de sus troncos y su color oscuro que
lo hace destacar en lo más profundo del bosque le han hecho ganar una
merecida fama, que se extiende incluso a su uso ornamental en numerosos
jardines de toda Europa (uso este que se remonta al menos al siglo XVI).
Es totalmente cierto e impactante que en determinadas comarcas
del noroeste español (no en todas, desde luego, ni siquiera en la
mayoría) la presencia de tejos centenarios al lado de iglesias, ermitas y
otras edificaciones llega a ser sobrecogedora. Otra cosa es que
nuestros “amigos” cantabristas, en la construcción de una inexistente
identidad “milenaria” merinesa vinculada a Cantabria, en detrimento de
lo burgalés y castellano, hayan desarrollado uno de sus argumentos
supuestamente más consistentes en la existencia de una serie de tejos
“de culto” (es decir, plantados exprofeso con una determinada finalidad o
con un cierto simbolismo para el ser humano) en la zona de Merindades.
La existencia de estos ejemplares en esta comarca y la inexistencia de
los mismos en otras zonas provinciales vendría a demostrar (“una vez
más”) que Merindades se diferencia del estándar castellano (monótono y
homogéneo bajo su prisma), y se vincula con el noroeste Peninsular en
donde este tipo de árboles está más extendido, y por extensión a los
países “celtas” del arco atlántico. En este y en próximos artículos
demostraremos que esta conclusión “facilona” es muy, pero que muy
matizable, hasta el punto de quedar prácticamente en agua de borrajas.
La Naturaleza entiende de climas y geobotánica, cambiantes también a
largo plazo, pero no de pretenciosos movimientos etnocentristas. Si
observamos un mapa de distribución natural del tejo en España, veremos
que efectivamente aparece en gran número de cadenas montañosas. Sin
embargo, en las regiones con mayor grado de temperatura e insolación se
refugia en rodales situados en gargantas muy protegidas del sol, a
menudo muy poco accesibles y a gran altitud. Además, en este tipo de
climas cuando se quiere cultivar en zonas llanas precisa de cuidados
especiales; en caso contrario se seca o crece con mucha lentitud.
Por ello, nos resulta lógico que el culto específico al árbol del tejo
se haya desarrollado y conservado de una manera más intensa en países y
regiones cuyo clima ha permitido una mayor interacción entre el hombre y
el árbol; porque este se desarrolle en el fondo de los valles y crezca
con relativa rapidez y lozanía, caso que sucede en la cuenca atlántica
europea en particular y en el cantábrico español en particular.
Además, en su traslación hasta nuestros días y como sucede para otro
tipo de árboles simbólicos y en general para todo tipo de costumbres
ancestrales y paganas (este es un argumento que ya hemos señalado y lo
seguiremos haciendo en el futuro) las reminiscencias de estas creencias
han encontrado mejor refugio en zonas rurales montañosas; y por eso sus
rastros son más evidentes y abundantes en unas regiones que en otras.
Evidencias de lo que estamos hablando las encontramos en determinados
ejemplares localizados en regiones europeas fuera de lo que popularmente
se tiende a identificar con el “ámbito celta”, pero sí adecuadas para
el crecimiento del tejo. En los mismos vemos una casuística que
determinados razonamientos interesados quieren hacer que es exclusiva de
las comarcas y países del arco atlántico.
Por ejemplo junto a la
iglesia de Santa María de Cavandone, en Italia, se encuentra un tejo de
unos cuatro metros de perímetro de tronco que se supone plantado en el
siglo XVII. En el mismo país, en el Monasterio di Fonte Avellana existe
un tejo que se cree plantado en 1530. Incluso se puede encontrar un gran
tejo en el centro de la populosa plaza Giovine de Milán.
Junto a
la iglesia de Pruske, en Eslovaquia, crece un robusto tejo que con sus
cinco metros de perímetro es considerado el mayor de todo el país. Un
caso parecido es el tejo de Bystrzyca (Polonia) que crece en el terreno
de lo que fue el cementerio de una antigua iglesia. Según la leyenda, el
árbol fue plantado por los habitantes finalizada la construcción de
esta iglesia (alrededor del año 1217), en honor a su fundadora princesa
Eduviges, posteriormente proclamada santa.
No obstante no es
este el tejo más anciano de Polonia, ni ninguno que se sitúe en alguna
alta montaña; el honor le corresponde a un ejemplar anexo a una
vivienda, que acompañamos a este artículo. Un caso parecido lo
encontramos en el enorme tejo de Krompach (República Checa).
Un
estupendo tejo crece en el cementerio de Dürnau (Alemania); caso
parecido al de Deneuvre, localidad cercana a los Alpes Franceses. En
España encontramos el caso del tejo de la iglesia de Sant Miquel de
Sacot, en la comarca Catalana de la Garrocha.
Fuente de la foto y de parte de los datos: https://www.monumentaltrees.com.
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