lunes, 27 de mayo de 2019

Provincia de Santander: del castellanismo al cantabrismo

Pegatina encontrada en algún lugar de Cantabria hace algunos días.

Desde la implantación de la división territorial diseñada por Javier de Burgos la provincia de Santander (luego renombrada Cantabria) y la de Burgos han seguido dos caminos separados aunque con obvios vínculos que son más intensos en zonas limítrofes (circunstancia esta que, por otra parte, no guarda diferencias en lo esencial con la que existe en otras demarcaciones contiguas entre sí).
En Verdades de Merindades respetamos el devenir histórico de la provincia de Santander y de sus habitantes desde su creación mediado el siglo XIX. Por lo tanto, en cuanto a los hechos históricos acontecidos a partir de entonces, nos limitaremos a realizar algunas puntualizaciones que creemos de interés.

En este artículo haremos una breve mención al hecho de que, en realidad, durante buena parte de estos cerca de dos siglos ni siquiera hubo un regionalismo en Santander, sino que mayoritariamente el sentimiento identitario cántabro estaba asociado a su real o supuesta vinculación con el origen de Castilla. 

Hasta el último medio siglo el regionalismo como tal sólo había salido a la luz de forma minoritaria o en momentos puntuales y concretos; en parte por influencia del cercano nacionalismo vasco, nacionalismo que a la vez que se critica se imita; y desde luego nunca había procedido de un convencimiento unánime. 

El mismo José María de Pereda, ilusionado en principio con el regionalismo catalán, lo consideró más tarde peligroso tras su orientación nacionalista desde finales del siglo XIX. Así se expresaba en su discurso de ingreso en la Real Academia de la lengua, en 1897: “En opinión de estos aprensivos, el sentimiento, no ya la pasión, del regionalismo, conduce a la desmembración y aniquilamiento de la colectividad histórica y política, de la patria de todos, de la patria grande. Yo no sé si existirá algún caso de éstos en la tierra española, y, por de pronto, lo niego, porque no le concibo en mi lealtad de castellano viejo; pero exista o no, no es ese el regionalismo que yo profeso y ensalzo, y se nutre del amor al terruño natal, a sus leyes, usos y buenas costumbres; a sus aires, a su luz, a sus panoramas y horizontes; a sus fiestas y regocijos tradicionales, a sus consejas y baladas, al aroma de sus campos, a los frutos de sus mieses, a las brisas de sus estíos, a las fogatas de sus inviernos, a la mar de sus costas, a los montes de sus fronteras

José del Río Sainz “Pick”, uno de los principales articulistas montañeses de los años 20 del pasado siglo, renegaba de que Cantabria se convirtiese en región en un artículo publicado en 1923 titulado LA PERSONALIDAD DE SANTANDER. CASTELLANOS POR INTERES Y POR AMOR. En el mismo, después de reflexionar sobre la indefinición de los que se podía entender por Cantabria señala que: “Todas las afinidades de sangre, de usos, de costumbres y hasta de tradición, nos unen a Burgos. Burgos es necesariamente nuestro “hinterland”, la expansión necesaria de nuestro puerto. [..] nuestro consulado de Comercio, una de las instituciones más tradicionales de nuestro pueblo, radicaba en Burgos. Toda nuestra vida gira durante siglos alrededor de Burgos, y castellanos son la mayor parte de los pobladores del Santander comercial y harinero, que florece desde principios del siglo XIX. Todo esto tiene mucha más realidad geográfica e histórica que esa Cantabria literaria zurcida con pasajes sueltos de Plinio y Estrabón, y con el fantástico engendro histórico del padre Sota. Para Santander es mayor honor y mayor provecho ser puerto de Castilla que cabeza de la pretendida Cantabria”.

En realidad, hasta el advenimiento de la república, el debate sobre el regionalismo cántabro no sobrepasó la redacción de determinados periódicos, la tertulia del café o los cenáculos del Ateneo. Ninguna de las instancias políticas ni económicas dio un paso en este sentido.

La Diputación de Santander se expresaba en estos términos en 1924 “La Diputación de Santander, que estima la división regional como una cosa artificiosa y sin realidad alguna en la vida de la Nación, opina que debe subsistir la actual organización provincial con la misma división del territorio [..] Más si a pesar de esta opinión, se llegara a la división del territorio nacional en regiones, la provincia de Santander, castellana por su origen, por su lengua y por los intereses morales y materiales que siempre la hermanaron con las otras provincias castellanas a ellas unida geográficamente


A partir de 1931 el debate regionalista en Santander empieza a generalizarse, aunque más como respuesta a los movimientos generados en el resto del Estado que a iniciativa propia. En este contexto, aparece repetidamente la idea de crear una región (o estado federal) constituido por las provincias del norte de Castilla; ninguna fuerza política o social de relevancia manifestó siquiera como meta a más largo plazo la necesidad de una percepción propiamente cántabra. 

Victor de la Serna, escritor y periodista, fundador de los diarios “El Faro” y “La Región” de Santander, mostraba estos argumentos en un artículo publicado en 1931 al hilo del eventual desarrollo de una estructura federal en España: “Santander, en una estructura federativa de España, no puede vivir sola. Es de un cantonalismo selvático pensar en el retorno a Cantabria y hasta hay que desechar definitivamente esa denominación “Cantabria” como imprecisa, es más, como inexacta, de una vez. Muchas veces y con toda clase de argumentos he defendido nuestra castellanía. Pero quiero olvidar ahora mis argumentos históricos, filológicos, geográficos, literarios, espirituales etc…para acogerme a uno, al que es sensible hasta el más cerril de los “cantabricistas”. Al que será sensible hasta aquel delicioso “compatriota” que en cierta ocasión sacó a relucir la bandera verde y blanca con una “swástica” en el centro. Me refiero al argumento económico. La montaña, país ganadero, no puede vivir sin tierra cereal y sin riberas. Enfrente tenemos otro hecho: Burgos, Palencia y Valladolid no pueden vivir sin un puerto. Buscar el punto de coincidencia entre los intereses de las cuatro provincias sería una labor sensata, científica y práctica”.

El famoso doctor Madrazo, nacido en Vega de Pas, reflexionaba en 1932 en estos términos respecto al futuro estatuto regional: “A nosotros, habitante de las viejas montañas de Burgos, se nos puede considerar como secuela de nuestra más íntima adhesión a los páramos centrales castellanos. Razones históricas, íntimas, de nuestros intereses espirituales y materiales con los de Castilla, deben pagarse recíprocamente en la misma moneda de afecto. No son lazos de interés material los que atan y domeñan las almas, son los amores, los que infunden eterna amistad y regocijo. Nos parece que al lado de Castilla vamos camino de la justicia y de la suprema bondad. El Estatuto de la Montaña con Castilla está hecho. Nada tenemos que inventar.

Vicente de Pereda, heredero de la tradición del “regionalismo exclusivamente literario” de su famoso padre, ofrecía en este mismo año 1932 el siguiente mensaje con carácter profético: “ya estamos hartos de oír las alabanzas que se tributan a los dos regionalismos fanfarrones de España: el catalán y el vasco. Uno de ellos proclama el fuero centralista de su gran capital, las impurezas administrativas a raudales, los odios indisimulados y los afanes de un proselitismo antipático. En cuanto al otro, es una modesta serie de pretensiones domésticas, formuladas en castellano y en nombre de un idioma aglutinante que no lo sabe casi nadie. Y ambos regionalismos se enardecen al compás de sus bienestares económicos. Se trata pues de dos ricos envalentonados”.

El diario Montañes mostraba en el mismo año 1936 editoriales en estos términos que mostraban cómo el regionalismo se asumía más con resignación que con ilusión: “La democracia nos trajo el afán de los Estatutos. Para algunos pueblos, esta palabra es sinónimo de separatismo. Así lo dicen los hechos y algunas veces las palabras con los hechos. ¿Qué va a hacer Castilla ante esta dispersión de España, si la dejan sola con su resignación y su potencial espiritual, con su pasado tan rico de gestas y su porvenir tan incierto?. Castilla, en consecuencia, preparará también su Estatuto y organizará su independencia administrativa”.

Durante la transición se abrió un camino para que las provincias, de forma individual o colectiva, se convirtieran en regiones. Algunas fueron impulsoras de este proceso, fruto de un regionalismo o nacionalismo de cierta antigüedad, otras permanecieron pasivas y otras aprovecharon la oportunidad. Nuestra opinión es que Cantabria se engloba en estas últimas.

A nuestro entender, el hecho de Cantabria sea hoy región uniprovincial se debe fundamentalmente a tres razones: la primera, porque es ineludible que todavía como provincia mostró mayor interés que Burgos en preservar los elementos identitarios de tipo cultural y grupal (en parte por imitación de los modelos asturiano y vasco), la segunda, porque no existió ningún tipo de movimiento en las provincias de Palencia y Burgos que alentara una configuración regional diferente a la actual y, la tercera, porque las personas clave fueron capaces de prever las notables ventajas que suponía la creación de una región uniprovincial en el modelo de Estado que se proponía.

Las justificaciones de tipo histórico, cultural o étnico ocuparon en nuestra opinión un segundo plano; aunque evidentemente fuesen las que se argumentasen para justificar la decisión tomada. Similares justificaciones habrían podido usarse para proponer otras configuraciones regionales pero la clave es muy simple: poco importa que el modelo territorial sea injusto o fomente las diferencias entre territorios; la creación de la región de Cantabria es legítima pues aprovechó la oportunidad que otros ignoraron.
No es de extrañar que el propio Miguel Angel Revilla hiciera estas declaraciones en 2012.
En el 76, Cantabria no existía. Era Castilla la Vieja, provincia de Santander. Tuve que ir casa por casa. Me tomaban por chiflado. Y ahora parece que ha existido siempre. Eso lo patenté yo. Existía en la época de Roma, pero se había perdido el nombre. Y tenía un mar. Y nos dejamos quitar el nombre, me cago en la leche. Ahora que ha muerto Franco, dije, vamos a luchar por el nombre y después por la autonomía. Si somos cuatro gatos, decían. Coño, la mitad son Luxemburgo y es el país más rico de Europa

En similares términos a los aquí expuestos concluye Manuel Suárez Cortina que “Nadie, desde la más estricta observancia histórica, puede defender que se trata, al fin, de una autonomía ansiada de antaño por la que el pueblo cántabro y sus legítimos representantes lucharon durante décadas. […] La autonomía regional es la expresión de la voluntad regional de acceder al autogobierno que le concede la Constitución de 1978; en modo alguno el reconocimiento de éstos o aquellos particularismos y especificidades de tipo histórico. Parece oportuno recordar que cuantas iniciativas de carácter autonómico se tomaron en el pasado pasaban por la unión con Castilla”.

No es de extrañar que el abundante castellanismo de las décadas anteriores se diluyera como un azucarillo: en cuestión de pocos años se evidenció que el caballo ganador era la autonomía uniprovincial. No fueron pocos los que fueron pasando paulatinamente de un bando a otro. A ello ayudó el hecho de que los colectivos más reacios al autonomismo fuesen los que ideológicamente habían estado más cercanos al franquismo.

En todo este proceso hubo algunos hechos poco edificantes, siendo quizás el más bochornoso el que tuvo lugar el 27 de noviembre de 1981 en el Ateneo de Santander. Acogía el lugar una conferencia de Claudio Sanchez Albornoz, que fue leída en su nombre por el catedrático de historia medieval José Ángel García de Cortázar. Titulada “Cantabria, Castilla, España”, en ella el insigne historiador explicó las razones antropológicas, históricas, culturales, económicas y prácticas por las que consideraba un disparate la separación de Cantabria de una región sin la cual no tenía sentido. 

Las opiniones de Sánchez Albornoz no fueron bien recibidas por los regionalistas presentes en el ateneo santanderino. Interrumpieron a voces en varias ocasiones y lanzaron bombas fétidas con el fin de abortar la conferencia, lo que finalmente consiguieron mediante una amenaza de bomba que impidió la lectura completa y el posterior coloquio.

Fuentes:
“Antología del regionalismo en Cantabria” Benito Madariaga de la Campa
“Casonas, hidalgos y Linajes. La invención de la tradición cántabra”. Manuel Suárez Cortina.
“La Memoria histórica de Cantabria”. (1995)

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