Pegatina encontrada en algún lugar de Cantabria hace algunos días. |
Desde la implantación de la división territorial diseñada por Javier
de Burgos la provincia de Santander (luego renombrada Cantabria) y la
de Burgos han seguido dos caminos separados aunque con obvios vínculos
que son más intensos en zonas limítrofes (circunstancia esta que, por
otra parte, no guarda diferencias en lo esencial con la que existe en
otras demarcaciones contiguas entre sí).
En Verdades de
Merindades respetamos el devenir histórico de la provincia de Santander y
de sus habitantes desde su creación mediado el siglo XIX. Por lo tanto,
en cuanto a los hechos históricos acontecidos a partir de entonces, nos
limitaremos a realizar algunas puntualizaciones que creemos de interés.
En este artículo haremos una breve mención al
hecho de que, en realidad, durante buena parte de estos cerca de dos
siglos ni siquiera hubo un regionalismo en Santander, sino que
mayoritariamente el sentimiento identitario cántabro estaba asociado a
su real o supuesta vinculación con el origen de Castilla.
Hasta
el último medio siglo el regionalismo como tal sólo había salido a la
luz de forma minoritaria o en momentos puntuales y concretos; en parte
por influencia del cercano nacionalismo vasco, nacionalismo que a la vez
que se critica se imita; y desde luego nunca había procedido de un
convencimiento unánime.
El mismo José María de Pereda,
ilusionado en principio con el regionalismo catalán, lo consideró más
tarde peligroso tras su orientación nacionalista desde finales del siglo
XIX. Así se expresaba en su discurso de ingreso en la Real Academia de
la lengua, en 1897: “En opinión de estos aprensivos, el sentimiento, no
ya la pasión, del regionalismo, conduce a la desmembración y
aniquilamiento de la colectividad histórica y política, de la patria de
todos, de la patria grande. Yo no sé si existirá algún caso de éstos en
la tierra española, y, por de pronto, lo niego, porque no le concibo en
mi lealtad de castellano viejo; pero exista o no, no es ese el
regionalismo que yo profeso y ensalzo, y se nutre del amor al terruño
natal, a sus leyes, usos y buenas costumbres; a sus aires, a su luz, a
sus panoramas y horizontes; a sus fiestas y regocijos tradicionales, a
sus consejas y baladas, al aroma de sus campos, a los frutos de sus
mieses, a las brisas de sus estíos, a las fogatas de sus inviernos, a la
mar de sus costas, a los montes de sus fronteras”
José del Río
Sainz “Pick”, uno de los principales articulistas montañeses de los años
20 del pasado siglo, renegaba de que Cantabria se convirtiese en región
en un artículo publicado en 1923 titulado LA PERSONALIDAD DE SANTANDER.
CASTELLANOS POR INTERES Y POR AMOR. En el mismo, después de reflexionar
sobre la indefinición de los que se podía entender por Cantabria señala
que: “Todas las afinidades de sangre, de usos, de costumbres y hasta de
tradición, nos unen a Burgos. Burgos es necesariamente nuestro
“hinterland”, la expansión necesaria de nuestro puerto. [..] nuestro
consulado de Comercio, una de las instituciones más tradicionales de
nuestro pueblo, radicaba en Burgos. Toda nuestra vida gira durante
siglos alrededor de Burgos, y castellanos son la mayor parte de los
pobladores del Santander comercial y harinero, que florece desde
principios del siglo XIX. Todo esto tiene mucha más realidad geográfica e
histórica que esa Cantabria literaria zurcida con pasajes sueltos de
Plinio y Estrabón, y con el fantástico engendro histórico del padre
Sota. Para Santander es mayor honor y mayor provecho ser puerto de
Castilla que cabeza de la pretendida Cantabria”.
En realidad,
hasta el advenimiento de la república, el debate sobre el regionalismo
cántabro no sobrepasó la redacción de determinados periódicos, la
tertulia del café o los cenáculos del Ateneo. Ninguna de las instancias
políticas ni económicas dio un paso en este sentido.
La Diputación de Santander se expresaba en estos términos en 1924 “La Diputación de Santander, que estima la división regional como una cosa artificiosa y sin realidad alguna en la vida de la Nación, opina que debe subsistir la actual organización provincial con la misma división del territorio [..] Más si a pesar de esta opinión, se llegara a la división del territorio nacional en regiones, la provincia de Santander, castellana por su origen, por su lengua y por los intereses morales y materiales que siempre la hermanaron con las otras provincias castellanas a ellas unida geográficamente”
A partir de 1931 el debate regionalista en Santander empieza a
generalizarse, aunque más como respuesta a los movimientos generados en
el resto del Estado que a iniciativa propia. En este contexto, aparece
repetidamente la idea de crear una región (o estado federal) constituido
por las provincias del norte de Castilla; ninguna fuerza política o
social de relevancia manifestó siquiera como meta a más largo plazo la
necesidad de una percepción propiamente cántabra.
Victor de la
Serna, escritor y periodista, fundador de los diarios “El Faro” y “La
Región” de Santander, mostraba estos argumentos en un artículo publicado
en 1931 al hilo del eventual desarrollo de una estructura federal en
España: “Santander, en una estructura federativa de España, no puede
vivir sola. Es de un cantonalismo selvático pensar en el retorno a
Cantabria y hasta hay que desechar definitivamente esa denominación
“Cantabria” como imprecisa, es más, como inexacta, de una vez. Muchas
veces y con toda clase de argumentos he defendido nuestra castellanía.
Pero quiero olvidar ahora mis argumentos históricos, filológicos,
geográficos, literarios, espirituales etc…para acogerme a uno, al que es
sensible hasta el más cerril de los “cantabricistas”. Al que será
sensible hasta aquel delicioso “compatriota” que en cierta ocasión sacó a
relucir la bandera verde y blanca con una “swástica” en el centro. Me
refiero al argumento económico. La montaña, país ganadero, no puede
vivir sin tierra cereal y sin riberas. Enfrente tenemos otro hecho:
Burgos, Palencia y Valladolid no pueden vivir sin un puerto. Buscar el
punto de coincidencia entre los intereses de las cuatro provincias sería
una labor sensata, científica y práctica”.
El famoso doctor
Madrazo, nacido en Vega de Pas, reflexionaba en 1932 en estos términos
respecto al futuro estatuto regional: “A nosotros, habitante de las
viejas montañas de Burgos, se nos puede considerar como secuela de
nuestra más íntima adhesión a los páramos centrales castellanos. Razones
históricas, íntimas, de nuestros intereses espirituales y materiales
con los de Castilla, deben pagarse recíprocamente en la misma moneda de
afecto. No son lazos de interés material los que atan y domeñan las
almas, son los amores, los que infunden eterna amistad y regocijo. Nos
parece que al lado de Castilla vamos camino de la justicia y de la
suprema bondad. El Estatuto de la Montaña con Castilla está hecho. Nada
tenemos que inventar.”
Vicente de Pereda, heredero de la
tradición del “regionalismo exclusivamente literario” de su famoso
padre, ofrecía en este mismo año 1932 el siguiente mensaje con carácter
profético: “ya estamos hartos de oír las alabanzas que se tributan a los
dos regionalismos fanfarrones de España: el catalán y el vasco. Uno de
ellos proclama el fuero centralista de su gran capital, las impurezas
administrativas a raudales, los odios indisimulados y los afanes de un
proselitismo antipático. En cuanto al otro, es una modesta serie de
pretensiones domésticas, formuladas en castellano y en nombre de un
idioma aglutinante que no lo sabe casi nadie. Y ambos regionalismos se
enardecen al compás de sus bienestares económicos. Se trata pues de dos
ricos envalentonados”.
El diario Montañes mostraba en el mismo
año 1936 editoriales en estos términos que mostraban cómo el
regionalismo se asumía más con resignación que con ilusión: “La
democracia nos trajo el afán de los Estatutos. Para algunos pueblos,
esta palabra es sinónimo de separatismo. Así lo dicen los hechos y
algunas veces las palabras con los hechos. ¿Qué va a hacer Castilla ante
esta dispersión de España, si la dejan sola con su resignación y su
potencial espiritual, con su pasado tan rico de gestas y su porvenir tan
incierto?. Castilla, en consecuencia, preparará también su Estatuto y
organizará su independencia administrativa”.
Durante la transición se abrió un camino para que las provincias, de
forma individual o colectiva, se convirtieran en regiones. Algunas
fueron impulsoras de este proceso, fruto de un regionalismo o
nacionalismo de cierta antigüedad, otras permanecieron pasivas y otras
aprovecharon la oportunidad. Nuestra opinión es que Cantabria se engloba
en estas últimas.
A nuestro entender, el hecho de Cantabria sea
hoy región uniprovincial se debe fundamentalmente a tres razones: la
primera, porque es ineludible que todavía como provincia mostró mayor
interés que Burgos en preservar los elementos identitarios de tipo
cultural y grupal (en parte por imitación de los modelos asturiano y
vasco), la segunda, porque no existió ningún tipo de movimiento en las
provincias de Palencia y Burgos que alentara una configuración regional
diferente a la actual y, la tercera, porque las personas clave fueron
capaces de prever las notables ventajas que suponía la creación de una
región uniprovincial en el modelo de Estado que se proponía.
Las
justificaciones de tipo histórico, cultural o étnico ocuparon en nuestra
opinión un segundo plano; aunque evidentemente fuesen las que se
argumentasen para justificar la decisión tomada. Similares
justificaciones habrían podido usarse para proponer otras
configuraciones regionales pero la clave es muy simple: poco importa que
el modelo territorial sea injusto o fomente las diferencias entre
territorios; la creación de la región de Cantabria es legítima pues
aprovechó la oportunidad que otros ignoraron.
No es de extrañar que el propio Miguel Angel Revilla hiciera estas declaraciones en 2012.
“En el 76, Cantabria no existía. Era Castilla la Vieja, provincia de
Santander. Tuve que ir casa por casa. Me tomaban por chiflado. Y ahora
parece que ha existido siempre. Eso lo patenté yo. Existía en la época
de Roma, pero se había perdido el nombre. Y tenía un mar. Y nos dejamos
quitar el nombre, me cago en la leche. Ahora que ha muerto Franco, dije,
vamos a luchar por el nombre y después por la autonomía. Si somos
cuatro gatos, decían. Coño, la mitad son Luxemburgo y es el país más
rico de Europa”
En similares términos a los aquí expuestos
concluye Manuel Suárez Cortina que “Nadie, desde la más estricta
observancia histórica, puede defender que se trata, al fin, de una
autonomía ansiada de antaño por la que el pueblo cántabro y sus
legítimos representantes lucharon durante décadas. […] La autonomía
regional es la expresión de la voluntad regional de acceder al
autogobierno que le concede la Constitución de 1978; en modo alguno el
reconocimiento de éstos o aquellos particularismos y especificidades de
tipo histórico. Parece oportuno recordar que cuantas iniciativas de
carácter autonómico se tomaron en el pasado pasaban por la unión con
Castilla”.
No es de extrañar que el abundante castellanismo de
las décadas anteriores se diluyera como un azucarillo: en cuestión de
pocos años se evidenció que el caballo ganador era la autonomía
uniprovincial. No fueron pocos los que fueron pasando paulatinamente de
un bando a otro. A ello ayudó el hecho de que los colectivos más reacios
al autonomismo fuesen los que ideológicamente habían estado más
cercanos al franquismo.
En todo este proceso hubo algunos hechos
poco edificantes, siendo quizás el más bochornoso el que tuvo lugar el
27 de noviembre de 1981 en el Ateneo de Santander. Acogía el lugar una
conferencia de Claudio Sanchez Albornoz, que fue leída en su nombre por
el catedrático de historia medieval José Ángel García de Cortázar.
Titulada “Cantabria, Castilla, España”, en ella el insigne historiador
explicó las razones antropológicas, históricas, culturales, económicas y
prácticas por las que consideraba un disparate la separación de
Cantabria de una región sin la cual no tenía sentido.
Las
opiniones de Sánchez Albornoz no fueron bien recibidas por los
regionalistas presentes en el ateneo santanderino. Interrumpieron a
voces en varias ocasiones y lanzaron bombas fétidas con el fin de
abortar la conferencia, lo que finalmente consiguieron mediante una
amenaza de bomba que impidió la lectura completa y el posterior
coloquio.
Fuentes:
“Antología del regionalismo en Cantabria” Benito Madariaga de la Campa
“Casonas, hidalgos y Linajes. La invención de la tradición cántabra”. Manuel Suárez Cortina.
“La Memoria histórica de Cantabria”. (1995)
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