Volvemos con nuestro monje, al que dejamos en su scriptorium hace ya varias semanas. Estamos en el año 944, es decir mil años antes del desembarco de Normandía, en un lugar igualmente verde y hermoso, un precioso rincón del Valle de Valdegovía llamado Valpuesta.
En realidad no hubo un sólo monje escriba sino que en una primera época, durante la elaboración del becerro gótico ( llamado así en base a la utilización mayoritaria de la letra visigótica ) se sucedieron más de 30 monjes desde el año 804 hasta el 1.140 y se redactaron 187 documentos donde se recogían especialmente las donaciones que los feligreses del valle hacían al monasterio.
Más tarde se escribió el llamado becerro galicano ( por utilizar la letra galicana o carolina ) y que básicamente es una copia de los documentos anteriores, realizada en 1.236 por Rodrigo Pérez de Valdivielso, canónigo de Valpuesta. Se trata esta última de una especie de copia de seguridad que servía a los monjes de Valpuesta para registrar, actualizar y proteger los datos sobre las donaciones recibidas y sus privilegios.
Si se llaman becerros a estos cartularios ( conjunto de documentos ) no es más que debido al material donde se escribían: pieles de animales.
En el primer caso, en el becerro gótico, contemplamos un latín asaltado por una lengua nueva: el romance. Seguramente que Rodrigo Pérez de Valdivielso tenía mucha mayor formación en latín que los monjes escribas anteriores y por eso, al redactar el más moderno becerro galicano, eliminó muchas palabras del nuevo romance y las sustituyó por correctas palabras latinas.
No encontramos, sin embargo, en Valpuesta, ningún escriba estrella al estilo de Florencio de Valeránica ( el gran calígrafo, copista y notario de orillas del Arlanza, al que debemos, entre otros muchos documentos, la Carta Fundacional del Infantado de Covarrubias y el único testimonio original que se conserva del Conde Fernán González: una donación de él y de su esposa al Monasterio de San Pedro de Arlanza ). En Valpuesta, lo que encontramos, es una sucesión, una cadena de monjes que se limitaron a ser discretos anotadores de las transacciones entre el monasterio y los vecinos.
Estamos, pues, en el año 944 y es entonces cuando " nuestro monje " apunta por primera vez la palabra " ganado ", o mejor dicho " ganato ", apartándose del antiguo " pecus " latino ( de donde nos vienen las palabras pecuario y pecuaria ).
Por supuesto, sabemos que las lenguas no nacen en los monasterios sino que allí " únicamente " se recogían por escrito palabras que ya existían y que ya se utilizaban a nivel de calle, a nivel de rúa. Es más, existen y han existido lenguas muy antiguas que nunca llegaron a escribirse.
A nuestros " amigos " de la página de los cántabros, sin embargo, no les gusta mucho hablar de Valpuesta. Dicen que esas palabras se escribieron aquí pero que podían haber sido escritas en cualquier otro sitio como: Silos, Oña, San Pedro de Cardeña... Y en efecto, podrían haber sido escritas en cualquier otro sitio pero el caso es que se escribieron aquí, en Valpuesta, en Merindades.
Y es que, para alguno de estos " iluminados " del saber, entre Cantabria y Castilla no habría habido, en aquella época, vinculación, conexión o sucesión alguna. Los foramontanos no habrían existido o al menos no aquí. Y los castellanos debiéramos buscar nuestros orígenes no en Merindades sino en el Valle medio del Ebro, en torno a Calahorra.
Se trata de dejar espacio libre para que pueda galopar a su antojo por nuestros valles el expansionismo cántabro.
En efecto, desde su mentalidad, si las Merindades no tuviesen el orgullo de ser el origen de Castilla y de su lengua, les sería mucho más fácil poder afirmar y convenceros de que esto es tierra de Cantabria.
Y es que no quieren entender que cada realidad tuvo su tiempo y su espacio.
Pero es que, como diría nuestro querido monje: " de todo tiene que haber en la viña del Señor ". Expresión a la cual nosotros añadimos esta otra: " ¡ Vaya ganado ! ".
Fotos: Ana Noval.
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