Castro de Baroña en Porto do Son. .Imagen de Simón Balvís (La Voz de Galicia) |
Está aceptado por la mayoría de los historiadores que el término “Gallaecia”, del que deriva el actual nombre de Galicia, fue una creación romana. Parece derivar del nombre de algunas de las tribus del extremo noroeste peninsular, pero ni siquiera este extremo está comprobado. ¿Hasta qué punto pasó algo parecido con el caso de Cantabria? Quizás nunca lo sabremos.
Lo cierto es que las referencias a la conquista romana de la Galicia son muy lacónicas. Ni de las mismas ni de las referencias arqueológicas parece desprenderse que la resistencia ante las legiones romanas fuese muy encarnizada. La mayoría de los castros no muestran signos ni de destrucción ni de abandono en el tránsito de la independencia a la dominación, y tampoco se han encontrado signos de asedio, salvo quizás en las áreas más orientales que se suponen más vinculadas a los astures.
Antes al contrario, parece que los romanos heredaron de forma natural las rutas fenicias que desde Gadir (Cádiz) llegaban a las costas gallegas, de modo que los pobladores de la zona pasaron a la órbita romana de forma casi natural. En diferentes campañas irían aumentando su dominio de modo que mediado el siglo I aC probablemente la mayor parte de Galicia ya estaba bajo control imperial.
De hecho, es bastante plausible que desde aquí partieran alguno de los ejércitos que atacaron a los astures en las campañas asturcántabras, quizás desde un campamento que con el tiempo se llamaría Lucus Augusti, la actual Lugo, una de las ciudades más importantes de la Hispania romana.
Lo cierto es que las referencias a la conquista romana de la Galicia son muy lacónicas. Ni de las mismas ni de las referencias arqueológicas parece desprenderse que la resistencia ante las legiones romanas fuese muy encarnizada. La mayoría de los castros no muestran signos ni de destrucción ni de abandono en el tránsito de la independencia a la dominación, y tampoco se han encontrado signos de asedio, salvo quizás en las áreas más orientales que se suponen más vinculadas a los astures.
Antes al contrario, parece que los romanos heredaron de forma natural las rutas fenicias que desde Gadir (Cádiz) llegaban a las costas gallegas, de modo que los pobladores de la zona pasaron a la órbita romana de forma casi natural. En diferentes campañas irían aumentando su dominio de modo que mediado el siglo I aC probablemente la mayor parte de Galicia ya estaba bajo control imperial.
De hecho, es bastante plausible que desde aquí partieran alguno de los ejércitos que atacaron a los astures en las campañas asturcántabras, quizás desde un campamento que con el tiempo se llamaría Lucus Augusti, la actual Lugo, una de las ciudades más importantes de la Hispania romana.
Si contamos todo esto es porque quizás, sólo quizás, esa reserva etnográfica que sin duda representa el noroeste hispano, y que tiene en Galicia su principal ejemplo, poco tenga que ver con un carácter indomable y único de los que habitaban estas regiones en época prerromana.
Nuestra opinión es que esa peculiaridad del noroeste se ha visto remarcada más bien a partir de época moderna, y especialmente en el tránsito del siglo XX. Antes de ese periodo las similitudes con las comarca adyacentes de la meseta eran mucho mayores, y ha sido su carácter montañoso y su alejamiento de las vías principales de transmisión de costumbres homogeneizadoras la que ha permitido que ciertas costumbres se hayan mantenido mejor en estas regiones y no en otras.
Fuente:
“El territorio galaico durante las guerras Cántabras: nuevas perspectivas”. Angel Morillo. En “Celebración del bimilenario de Augusto”. Braga (Portugal). (2016)
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