Con independencia de que su importancia haya sido quizá sobrevalorada y que hoy en día venga a simbolizar a un territorio con el que muchos encuentran dificultades en identificarse, lo cierto es que el levantamiento comunero fue en esencia un movimiento considerablemente digno dentro del margen de maniobra que permitía la época.
En estas circunstancias resulta especialmente llamativo que algunos, en su no siempre bien disimulado afán de desvincular al territorio de Merindades de todo lo que tenga que ver con Castilla y lo castellano, hayan llegado a afirmar que la zona se mostró totalmente indiferente a la rebelión comunera. Al contrario, la realidad es que dentro de la actual provincia de Burgos en donde más eco tuvieron las sublevaciones de carácter antiseñorial asociadas a dicho movimiento.
Cabe decir que aunque el movimiento comunero tuvo un carácter esencialmente urbano, en muchas áreas campesinas se vio secundado con las revueltas en las que sus habitantes se rebelaron contra el poder señorial De hecho, esta circunstancia contribuyó de forma decisiva al alineamiento de los nobles del bando realista.
Fue precisamente en zonas como las Merindades de Castilla, donde la jurisdicción era de realengo pero los nobles (en este caso el todopoderoso Condestable de los Velasco) ejercían de facto el control del territorio, donde mayor eco tuvieron estos levantamientos, porque sus habitantes eran conscientes de que el control señorial se ejercía de manera ilegal. Además no hay que olvidar que en Merindades había un porcentaje muy alto de hidalgos y se sentían orgullosos de su pasado histórico.
En esta situación, se tiene constancia de que los comuneros burgaleses en determinados momentos animaron a la zona a sumarse al movimiento. Sería en la segunda mitad de 1520 cuando los regidores locales deciden pasar finalmente a la acción: los funcionarios de los Velasco son sustituidos, los presos liberados, lo símbolos del poder señorial destruidos (como poner “horca y picota”) para demostrar el deseo de recuperar su autonomía judicial.
En una carta por esas fechas, los procuradores generales Juan Ruiz y Juan Lopez Rueda afirman con rotundidad que las Merindades siempre fueron de realengo y que luchan por sus libertades: “sólo el súbdito, el hombre sin dependencia señorial, puede servir plenamente a la corona”. La junta les comienza a apoyar nombrando para la zona a un Bachiller disidente como corregidor de las Merindades: Diego Ramírez de Guzmán. Se da una nueva administración a la zona.
Un testimonio de un procurador de la Merindad de Montija en 1520 indica que “los vecinos de las Merindades de Cuesta Urria y Valdivielso fueron los que dijeron, levantaron y publicaron que habían hallado una epístola encima de un moral, que dicen que había caído del cielo, en la que dice que se contenía que las Comunidades, por tener justicia y razón…que habían de ser ayudadas y favorecidas de la mano de Dios contra los lobos robadores y otras muchas cosas en favor de las Comunidades y en contra de los tiranos caballeros, llamándolos lobos robadores y tiranos”.
En torno a la semana santa de 1521 el hijo del Duque de Najera se presenta en Medina de pomar con un fuerte contingente militar y consigue someter provisionalmente a la villa, recuperándola para la nobleza. Pero, cuando el condestable se encamina a Tordesillas, los comuneros de Las Merindades ponen cerco a Medina esperando el posterior apoyo del Conde de Salvatierra (que había abrazado la causa comunera). Este es, sin embargo, derrotado en la batalla del puente de Durana y el cerco a Medina fracasa.
Caro pagarán los habitantes de las Merindades por su participación en el movimiento. Por el incendio de los arrabales de Medina se les exigió 1.800.000 maravedíes, los oficiales de la villa les reclamaron 20.000 ducados, el Condestable 3.000 etc…
En la imagen, el Castillo-Alcázar de Medina de Pomar
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