En el pueblo de Valdelateja hace casi dos años que no se daba sepultura a nadie. El pasado viernes a las seis de la tarde, sus escasos vecinos y algunos forasteros llegados de Santander y Bilbao acompañaron en su último adiós a Fidela Hidalgo, de 96 años, hija de Valdelateja pero vecina de Baracaldo, quien poco antes de morir dejó expreso su deseo de que la enterrasen en el pueblo que la vio nacer.
Pero Valdelateja no tiene cementerio y, por ello, desde su existencia como pueblo, sus muertos son enterrados en Siero, una aldea hoy arruinada, situada en una ladera del impresionante castro de Santa Centola, al que sólo se puede llegar por un camino empedrado de pronunciada pendiente que atraviesa el espeso bosque de encinas.
Resulta por ello conmovedor ver a las comitivas funerarias subir con el ataud a hombros, haga frío o calor, llueva o nieve, hasta el fantasmagórico pueblo que se despobló hace ya casi un siglo, pero que todavía conserva vivo su diminuto camposanto.
Igualmente estremecedor, por lo que de dramático tiene la despoblación y el desarraigo que se observa en muchos pueblos de la comarca de Sedano, fue el hecho de que los familiares de la persona finada se trajesen desde Baracaldo ( Vizcaya ), lugar donde vivía Fidela Hidalgo, hasta los picos y las palas necesarios para poder excavar el hoyo en el cementerio, en previsión de que en Valdelateja ya no quedaran vecinos para poder prestarlos.
Por su espectacular situación geográfica y por la presencia en el castro de la ermita mozárabe de Santa Centola y Santa Elena, Siero es uno de los más destacados enclaves mágicos burgaleses.
De claro origen medieval, Siero fue en otros tiempos uno de los tres barrios que tenía la localidad de Valdelateja. Según un vecino de ella, Severino Santidrián, hacia 1.914 abandonaron el pueblo sus dos últimos vecinos, uno de ellos Juan Varona Hidalgo, antiguo conductor de las diligencias Rámila. Desde entonces, y salvo el cuidado camposanto adosado a la desvencijada iglesia demolida, la ruina es total en este lugar.
Sólo por su citado origen histórico, dentro de la repoblación altomedieval, puede comprenderse el difícil asentamiento de Siero y su no menos penoso camino de acceso. Por ello, para superar esta dificultad cuando se trata de acompañar al difunto a su tumba, los vecinos de Valdelateja utilizan desde tiempo inmemorial un curioso sistema de relevos.
Forman tres grupos de cuatro personas cada uno, compuesto siempre de los más jóvenes y fuertes, que esperan en lugares establecidos a lo largo del angosto camino la llegada del féretro para hacer el relevo. De esta forma, y según Severino Santidrián, siempre se sube deprisa, en menos de 10 minutos, para no cansarse demasiado. Sin embargo y a pesar de estas precauciones, el cansancio es evidente entre los porteadores del féretro, quienes al final no pueden ocultar el sudor del esfuerzo realizado ".
Del libro, Burgos en el recuerdo, de Elías Rubio Marcos.
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